Para mi querida y admirada Sandy, por su exitoso examen de grado.
Del ya conocido guionista y director Hannes Holm, quien creció y se formó con la cercana impronta de otros dotados realizadores suecos de culto como Ingmar Bergman y Bille August, la recientemente estrenada cinta Un hombre llamado Ove (en México presentada como Un hombre gruñón, Suecia, 1915) es otro claro ejemplo de una industria cinematográfica —más bien marginal— que ha conseguido desarrollar una sensibilidad y una estética ya muy definidas. Nominada este año al Oscar como Mejor Película Extranjera, que finalmente ganó la “más actual” El viajante del ya otras veces premiado cineasta iraní Asghar Farhadi, Un hombre llamado Ove es uno de esos melodramas contados con encanto y sabiduría, a la vez con profundidad humana y con genuino humorismo, en el entendido de que la vida real está hecha de ambas tonalidades y el arte tiene como compromiso retratarla con vehemencia y honestidad. Ya escribió el más grande comediógrafo de todos los tiempos, Molière: “Me duele hacer reír a la gente”.
La historia de un solitario y neurótico empedernido, Holm nos revela pronto que esos aislamientos y misantropía aparentes tienen un porqué y una razón de ser, porque como los personajes de los existencialistas Sartre o Camus, Ove carga sobre sus hombros con un destino implacable que es claro que se ha ensañado con su frágil condición de padre ilusionado y esposo devoto. Pero tras la golpeada humanidad de este hombre agrio y agresivo se esconden la bonhomía y el encanto de un ser en el fondo generoso y desprendido, quien tras la llegada de una familia sui generis a su vecindario recobra su genuina propensión a la esperanza y sobre todo al respeto de la dignidad del otro. Y entre esos influjos externos, la bondad y el coraje no menos legítimos de su nueva vecina persa le volverá a hacer creer y sobre todo a luchar con denuedo por un ideal de humanidad ajena a prejuicios y etiquetas, donde las utopías y los ideales deban alzarse como aquellos verdaderos bastiones de una vida comprometida y noble para con las causas de los desamparados.

Hannes Holm.
Con conocimiento de causa
Película escrita y hecha con convicción —a partir de una novela de Fredrik Backman—, con un conocimiento de causa de lo que en nuestra compleja y diversa condición humana se puede albergar de rasgos ligados tanto a lo sublime como a lo grotesco, de Eros y de Thanatos (amor y muerte), es decir, de sentimientos constructivos y otros depredadores, Un hombre gruñón consigue mostrarnos un retrato completo y conmovedor de la vida de un ser atribulado, sin mayores aspavientos, y para ello se vale de toda clase de recursos artísticos y técnicos en derredor de un todo convincente, a decir, flashbacks que conectan el pasado con el presente inmediato del personaje neurálgico (en el recuerdo de su amada esposa, a quien da vida la hermosa Ida Engvoll), y en ese tenor, una fotografía y un trabajo de edición impecables que igual abonan oficiosamente a la causa, como sucede también con el soundtrack original del conocido músico Gaute Storaas.
Un elenco a la medida
Quien en otros proyectos suyos anteriores ha mostrado de igual modo un talento especial para trabajar con sus actores por lo regular correctamente seleccionados, en este Un hombre llamado Ove vuelve Hannes Holm a acertar con un casting a la medida. Sin dejar de remarcar, en la caracterización del protagónico, la apariencia un tanto satírica del personaje y ciertos clichés más afines al género en cuestión, el mano a mano que encarnan el primer actor Rolf Lassgàrd y la aquí encantadora Bahar Pars constituye uno de los mayores hallazgos en esta nada pretensiosa comedia que se deja ver con gusto y también comparte un profundo y sincero conocimiento de la vida y de la propia condición humana. Si un buen ejercició estético apuesta al menos por modificar algo en la existencia de su potencial público destinatario, este largometraje de Holm consigue su cometido y abona a una industria cinematográfica con acervo y experiencia inobjetables.

Un hombre gruñón es una de esas cintas que apuestan por una visión positiva y esperanzadora de la vida, de lo que en el corazón de un ser humano atribulado pero conmovido se puede anidar, y en este sentido nos deja una sonrisa y sobre todo la impresión de que no todo está perdido. Cuando el arte de verdad, más allá del lenguaje y el vehículo de expresión seleccionados, consigue comunicar algo de peso y conmovernos, con convicción y honestidad, con talento y conocimiento de causa, con oficio y notables hallazgos en su especialidad, poco importa el género escogido. Si no fuera este el caso, no existirían entonces los más grandes trágicos y comediógrafos, los más admirados dramáticos y satíricos, los más dotados poetas melancólicos y humorísticos, en todos los casos, por una u otra vía, con la existencia y nuestra condición humana atribuladas como espacios señeros de preocupación y recreación. Un hombre llamado Ove, del talentoso realizador sueco Hannes Holm, es otro claro ejemplo por esta apuesta a la vez gozosa y obsesiva del arte y su creador.



