Ya he mencionado en estas páginas que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue concebido en Estados Unidos como parte de la estrategia de ese país para mantener su hegemonía en el mundo, a través de conformar un bloque económico en América, capaz de competir con el asiático, encabezado entonces por Japón y con el europeo con Alemania a la cabeza. En vías de construir ese bloque, el TLCAN era el primer paso, para extenderlo después a todo el continente. Como es sabido, la llamada Iniciativa de las Américas fracasó, en gran parte por los cambios ocurridos en América Latina durante las dos décadas pasadas y en especial por la intervención del entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien encabezó el rechazo a la Asociación de Libre Comercio de las Américas, el ALCA.

Como México sí firmó el TLCAN, las consecuencias han sido altamente perjudiciales, tanto para México como nación, como para el pueblo mexicano, porque la apertura total de las fronteras ha provocado la extranjerización de la planta productiva, ya que no solo permitió el ingreso de la inversión extranjera en todas las áreas sociales y económicas, sino que los sucesivos gobiernos la promovieron entusiastamente. Esta entrada masiva de inversión extranjera se sustentó única y exclusivamente en la baratura de la fuerza de trabajo (lo que quiere decir salarios de hambre para los mexicanos), pues hoy, por ejemplo, los salarios promedio en la industria automotriz de Estados Unidos son diez veces mayores que los que pagan las empresas extranjeras a los trabajadores mexicanos en esa misma rama.

Herminio Blanco.

Además, esa inversión determina una descapitalización del país, pues como todo capitalista sabe, las empresas se establecen para recuperar el capital invertido, incrementado con ganancias, y esas utilidades son remitidas a sus países, de modo que al final sale más capital del que entró. En cuanto al empleo, que supuestamente sería uno de los beneficios, hay que señalar que al margen de las cuentas alegres y no probadas de los funcionarios, en todo caso lo que se ha creado es un empleo precario, porque hoy se ha llegado al récord histórico de que casi 60 por ciento de la población económicamente activa se encuentra en la economía subterránea o informal, esto es que esos trabajadores no disponen de ningún derecho, ni de seguridad en el empleo, ni de prestaciones, ni, por supuesto, de seguridad social o de pensiones, etcétera.

Lo peor, sin embargo, es que junto con el TLCAN se aplicaron, como parte de las políticas neoliberales, las reformas estructurales, de las cuales las más graves son la reforma laboral, la educativa y la energética, diseñadas por los organismos internacionales, como la OCDE o el Banco Mundial. Y lo todavía más alarmante es que la renegociación que se avecina será llevada a cabo por funcionarios cuya estrategia, según afirman ellos mismos, es apelar a las compañías estadounidenses para que sean ellas las que consigan que el gobierno de Trump no establezca aranceles a las mercancías que ellas exportan desde México. No es extraño que de principio consideren que los intereses de los empresarios extranjeros sean los de México, pues basta recordar que allá por 1993, cuando se negociaba el TLCAN, Herminio Blanco, el segundo de a bordo, después de Serra Puche, este señor, que ahora también participará en la renegociación, se reunió, si no mal recuerdo en Nueva York, con un grupo de grandes empresarios estadounidenses, y cuando estos le insistieron en que se incluyera el petróleo en el tratado, para que pudiera incursionar la inversión extranjera, Herminio Blanco respondió que eso no era posible porque estaba prohibido en la Constitución, pero que estaban viendo cómo le daban la vuelta a la ley. Como es obvio, con la reforma energética, ya no tienen que darle la vuelta, porque ya cambiaron la ley. Ahora Herminio Blanco aportará su gran experiencia, se nos dice, a la renegociación. Bueno, ya sabemos qué podemos esperar.