Mucho se ha escrito sobre la “globalización”. A veces señalada como un conjunto de fenómenos sociales complejos que pueden abordarse desde diferentes puntos de vista. Así, por ejemplo, tenemos la globalización como fenómeno de integración económico financiero o la interdependencia de un sistema de poderes que intentan gobernar este sistema mundial amorfo. Este proceso se puede abordar seguro desde otras perspectivas (ideológicas, culturales, políticas etc.), pero una cosa es indudable, el mundo conectado (globalizado) de hoy, es un proceso irreversible inherente a la evolución humana.

Ya ha pasado bastante tiempo desde aquel famoso planteamiento teórico de Samuel Huntington (1993), el “choque de civilizaciones”, que se propagó como el escenario posible para el futuro de la humanidad. Así después de la “guerra fría” (URSS vs Estados Unidos), los estados nación se relacionarían como miembros de alguna “civilización” (definida por las grandes religiones). En ese tiempo eran nueve las civilizaciones clasificadas por Huntington: subsahariana, latinoamericana, sínca, hindú, budista, nipona, occidental, ortodoxa e islámica.

En la actualidad, al menos en los medios de comunicación, la presunta “lucha de las civilizaciones” se ha reducido groseramente a “occidente vs islam” y de manera tan burda que no soporta un análisis serio, pero como la democracia también se ha reducido cínicamente a un mero trámite que, incluso, ya no legitima la presunta voluntad del “pueblo”, esto cada vez importa menos.

Sin embargo, si pensamos la globalización como un proceso comunicativo en el que convergen varios componentes de la sociedad (economía, cultura, política etc.), entonces podemos apreciar que hay fenómenos que sí avanzan y en los que las diferencias entre “civilizaciones” no importan o se reducen. Así, por ejemplo, desde la Segunda Guerra Mundial el comercio a nivel mundial no ha dejado de crecer y si a ello se aumenta el desarrollo y la innovación que aportan las nuevas tecnologías de la información, pues tenemos un escenario real de un mundo interconectado y globalizado.


Es decir, los seres humanos, aunque estamos organizados en diferentes sistemas políticos, con distintas culturas y estilos de vida, funcionamos dentro de un mismo planeta, donde domina el intercambio desigual de un sistema económico que cada vez complica la subsistencia. En los hechos, el mundo se nos hace pequeño y la existencia desordenada de nuestra especie, pone en peligro la subsistencia. Este sistema que domina el mundo (económico y financiero) sigue haciendo crecer la economía en forma desigual, concentra la riqueza en pocas manos. Ahora se cuestiona más los procesos globalizadores, sobre todo en el seno de las sociedades ricas (Estados Unidos, Reino Unido, los países de Europa del Norte, entre los más notorios).

Pero se cuestiona ante todo, la inmigración, proceso inherente a la globalización. Curiosamente, los países que más impulsaron la apertura económica global (Estados Unidos y el Reino Unido), ahora pretenden parar un proceso que es prácticamente irreversible.

Las nuevas tecnologías que nos mantienen a todos conectados, son ya el mayor motor del crecimiento económico y el de mayor influencia en los cambios sociales. Según especialistas en la materia como Estephen Ezell, para el año 2025, la mitad del “valor” generado por la economía mundial, será generado de manera digital, pero quizá su mayor influencia, radica en la velocidad en que facilita la interacción de información entre culturas.

Pero, si efectivamente el mundo se nos hizo pequeño, el mayor peligro radica en el medio ambiente. Los peligrosos cambios que estamos introduciendo en los ecosistemas del planeta son reales, aunque en algunos países, pero sobre todo en Estados Unidos, se pretenda negar la influencia del hombre en procesos como el calentamiento global.

Apostar por una solución bélica para intentar detener el proceso de globalización, podría ser peor que un disparo en el pie.