“…Si quieres ser buen científico dedica un cuarto de hora al día a pensar lo contrario de lo que piensan tus amigos…” Albert Einstein

Madrid.- Fueron trece los terroristas que acabaron con la vida de catorce personas y una aún desconocida en Las Ramblas y Cambrils, el jueves 17 de este mes.

Las muestras de solidaridad siguen llenando las páginas de los diarios y las cadenas de radio y televisión. La gente se vuelca para dar sangre, techo o consuelo a quienes sobreviven. No hay medida. Lloran los catalanes y quienes allí estuvieron. Desde lejos, todos estamos compungidos.

El atentado se preparó seis meses antes, tenían a punto de estallar cien bombonas de explosivos que pondrían en una de las furgonetas robadas.

Los yijadistas viajaron primero a Bélgica y Marruecos; otros, permanecieron en Francia y un par de ellos estaban en el lugar de los hechos, listos para descargar su fanatismo.

La sociedad musulmana, unas cuantas decenas nada más, repudia el terrorismo y aprovecha su presencia para cargar contra los medios de información. Afirma que “crean confusión y echan a todos en el mismo saco… Nos relacionan a todos y nos meten dentro del mismo saco”.

Las Mezquitas están intactas, no se quejan.

Se prodigan los ataques con bengalas a esos lugares religiosos en Granada y Sevilla, Córdoba, católica, está bien resguardada desde que pasó a manos del culto católico.

En la República Centroafricana ocurren frecuentemente estos hechos. Es un campo de batalla sembrado de cadáveres.

Los asesinos se apoderan de Chad, República del Congo y Sudán. Allí se escenifican momentos de caos que nadie remedia y ni siquiera nos enteramos.

Muy pocas veces, mínimas, se ocupan de ellos los medios de comunicación. Sólo una cruz se alza en el centro del vecino continente ondeada por el obispo español Juan José Aguirre.

El gobierno de Bagdad lucha por liberar Tal Afar del estado islámico. El ambiente aquí está triste y adolorido. Pero también hay miedo, miedo y sorpresa.

A nueve días de los crímenes, seguimos en shock; la mayoría porque lo siente, unos pocos para que no digan. Estos son los que ensucian el escenario. Reparten condolencias como confeti para meterse dentro del protagonismo nacional.

Las Ramblas y Cambrils se volvieron a llenar de gente a las pocas horas, recuperaron la normalidad antes que los exhibicionistas externos encargados de difundir los atentados y con ínfulas paternalistas.

Los españoles muestran sus virtudes: la solidaridad y la angustia invaden habitáculos, restaurantes, tiendas de ropa, hoteles, calles aledañas, quioscos y puestos de periódicos.

Paseas por allí y te das cuenta que el horror va desapareciendo, pero el falso criterio permanece.

Son muchos los que se aprovechan de los residuos del crimen, agentes exógenos al drama. El gobierno cumple, por fin, con buen juicio y mantiene la alerta cuatro porque sería peligroso sacar el ejército a las calles.

Militarizar una ciudad nunca da buenos resultados y es preludio de actos antidemocráticos contra los habitantes del lugar.

Bien hace el comité de crisis del gobierno: refuerza las medidas de seguridad, pero no aumenta la tensión al nivel cinco.

El acontecimiento permite ver cómo nos unimos temporalmente contra la violencia. Pero, del brazo, llegaron la demagogia y los excesos de amor.

Las noticias nos abruman, se vuelven reiterativas; los textos en los diarios repiten y repiten lo mismo, TVE demuestra nuevamente su falta de imaginación y su burla a los televidentes. Nos machaca veinticuatro horas sin cesar para olvidarse de sus defectos periodísticos.

A los actos oficiales concurrieron los reyes, el presidente del gobierno y el de la Generalitat y, juntos, guardaron silencio en la plaza de Cataluña.

Juan Ignacio Zoido, ministro del interior, asegura que “la célula terrorista ha sido desarticulada” a pregunta expresa de un reportero.

En su comparecencia ante la prensa, no fue muy lúcido. Hizo un discurso salpicado de incoherencias y lugares comunes se enredó al preguntársele sobre cuales medidas se adaptarán para evitar actos similares.

La moneda está en el aire, no sabemos cuándo ni cómo se tomarán decisiones efectivas contra los que bañaron de sangre a visitantes y nacionales.

Hay naciones como Arabia Saudita y algunos Emiratos que no se dan por enterados del yijadismo. Juegan la carta del equilibrio y compran armas que después distribuyen a su manera.

Desde la Casa Blanca el presidente Trump nos pide: “…sean fuertes, os queremos…” según transmiten las agencias. El señor Donald Trump por la cuenta que le tiene.

Desde otras partes del mundo occidental hacen lo mismo pero con mayor sinceridad. Persiste, insisto, la parafernalia que nos rodea en estos casos. Se eternizan las manifestaciones y los hechos se convierten en estribillo mil veces utilizado.

La Unión Europea usa la misma frase institucional: “acabaremos con los asesinos terroristas despreciables…” De acuerdos y acciones para erradicarlo in situ, ni una palabra.

Miembros del Daesh siguen circulando cerca de nosotros y viven en ciudades cercanas, los saludamos, “… son unos buenos chicos, siempre educados, atentos, de buenos modales, parecían pacíficos“, se oye en los comentarios de quienes los conocieron de paso.

“… ¿Quién lo iba a pensar? Tan monos que eran…”, el desiderátum.

En el resto de las ciudades europeas se conmueve la gente pero los gobernantes se limitan a cumplir con el protocolo.

Todo se andará. Paso a paso. Muerto a muertito; aprisa no salen bien las cosas…

Estamos en guardia y el olvido nos invade, si acaso.

Basta ya de abrazos y llantos, el yijadismo hace los que quiere: desequilibrar, sembrar terror y que perdamos el tiempo en condolernos y lamernos las heridas.

Hay que exterminarlos con sus mismas o parecidas armas, con libros para los jóvenes criados en ambientes distintos y las autoridades han de aplicar políticas más integristas para evitar el fanatismo.

Mientras una persona valga menos que un barril de petróleo el mundo corre el peligro de despeñarse y caer en manos de personajes nefastos que solo buscan la destrucción.

Recuerden que son mil dos cientos millones los que practican la religión del islam. Es preciso ir con cuidado para evitar otras catástrofes que, a este paso, llegarán.