“…Abrid los ojos y observad todo lo que podáis antes de cerrarlos para siempre…”

Anthony Doerr – Premio Pulitzer

Madrid.- Faltan menos de dos meses (uno de octubre) para la “desconexión” de Cataluña de España. Lo anuncia la Generalit entre la soberbia y el desasosiego. Antes, habrá trifulca, quizá acontecimientos inesperados por parte del gobierno y respuestas agresivas de los separatistas. Existe la posibilidad de que no se realice la consulta como tienen previsto los secesionistas o bien que ese día las fuerzas del orden público intervengan para evitar el voto.

    Este escenario se presenta con perfiles inquietantes y angustiosos, muchas veces. El caso es que es una situación a la que no debimos llegar. La culpa la tienen los dos, Rajoy y Puigdemont y todos los personajes y personajillos que los rodean. Con un protagonista especial de nuestro queridísimo ministro de Justicia, Rafael Catalá, que se ha convertido en el ejemplo de la pos verdad, o la mentira a favor de intereses personales y de grupo.

     Don Mariano, que vacaciona como siempre en su querida Pontevedra con el esposo de la ministra de Empleo, declara, en pleno ejercicio, que citará a una reunión extraordinaria del Gabinete si el Parlament avanza en su intención de conseguir la independencia contra los preceptos constitucionales.

    Para don Carles,  la Constitución Española no existe. Él sólo hace caso a las decisiones que toman los diputados regionales que se zampan las leyes del país a su libre albedrío sin tomar en cuenta un mínimo de decoro ni de respeto a las leyes que nos gobiernan.

    El secesionismo exprés está presente. Oriol Junqueras es el artífice de los pasos que se han dado en el Palau para conseguir tal despropósito. Es una piedra pensante. Fue, hasta hace poco, embajador de buena voluntad y viajó por el resto de España para convencer y hacerse amable a la gente.

     No logró ninguna de las dos cosas pero sí acudió a entrevistas en radio, tv y periódicos. Hizo acto de presencia y los medios de comunicación se lo permitieron en un afán de lograr vías que impidan tal insurrección.

    Para variar, la televisión pública, que ahora es más que privada, no sigue el problemón que tenemos y se lava las manos con una desfachatez cercana a las náuseas.

    A veces la actitud de RTVE cabrea y dan ganas de cerrar los puños y plantárselos en la cara a su director, cuyo nombre no diré porque no me da la gana.

    Vayamos al meollo de la cuestión:

    Todo está dispuesto para que estalle la bomba de relojería y sus inventores tienen puesto el traje de batalla, pase lo que pase, con denodado orgullo y pasión.

    De cualquier forma, el próximo primero de octubre, ahí cerquita, está en la mente de todos y nadie sabe, a ciencia cierta, cuáles serán las consecuencias anteriores y futuras. Estamos ante la bola de cristal sin el adivino correspondiente. Por tanto, no intentemos ver más allá si los que saben se fueron de vacaciones.

    Las escaramuzas que se realizan en el Palau de San Jordi, son múltiples, inesperadas y marrulleras. En la penúltima aparición de los autores del fandango, dijeron que “ya tenemos las urnas guardadas en la sede de un consulado extranjero amigo…”. Lo expresaron varios, casi todos los dirigentes del gobierno catalán y sus compañeros de viaje. El estribillo de siempre estuvo presente: a España la vimos como adversaria. No la quisimos ni la queremos porque nos arrebata protagonismo y caudales.

    Por su parte, el gobierno español, inmóvil, — ya no vale la pena que se mueva porque puede hacer estropicios –, sigue montado en su caballito de Troya: “…no habrá referéndum porque es anticonstitucional…”, reitera continuamente el presidente Rajoy.

    Por lo pronto, ambas partes se marchan de vacaciones este mes (en la Generalit sólo quince días) con las espadas en alto y la gran inquietud de los españoles. Tenemos media cuchilla adentro y aún aguantamos.

    Viviremos escasos días de silencios con una gran carga de pasiones. Estamos listos para reanudar el enfrentamiento en septiembre, si antes no es necesario. El problemón está ahí, crece, se desarrolla y avanza. Nadie lo para, ni el inmovilismo de Prometeo ni la ilegalidad de Carles.

    Lo cierto es que nunca hubo diálogo porque ninguna de las dos partes lo deseaba. El moncloíta se despachaba con “contra la ley, nada” y Puigdemont “está todo roto, no es posible ningún acuerdo que no sea apoyar la consulta vinculante”.

    Así las cosas, el Parlament camina contra la ley y el Constitucional, reprueba y sanciona lo aprobado por aquél. La pelota va de un lado a otro del campo español mientras aquí los problemas crecen y los albañiles de Castilla La Mancha tienen salarios de miseria.

    Los partidos de Junts Pel Sí y la CUP se abrazan cuantas veces quieren y consideran necesario para continuar con el paripé que es preludio de tragedia y que puede ser física y emocionalmente doloroso.

    A ese punto hemos llegado. Tenemos miedo justificado porque durante seis años nadie se bajó de la mula para darle de comer.

    Quizá los españoles del resto del país no se preocupen tanto pero, si triunfa el independentismo catalán, sufrirán consecuencias imposibles de remediar.

    Hay quien en su ignorancia se echa las manos a la cabeza para exclamar: “si quieren irse que se vayan, nosotros no perderemos el sueño”

    Eso creen. A los ciudadanos les afectará en el bolsillo y en la vida social. De ello no cabe duda. Los catalanes también sufrirán porque sus empresas tienen compromisos pactados y la vida económica se reducirá por lo menos hasta digerir el nuevo estatus.

    Don Carles, abstraído, obseso, no gobierna. Se dedica a buscar caminos inexistentes para justificar sus actitudes ilegales. Deja pendientes y lo sabe bien, muchos problemas que hay en Cataluña. Por ejemplo, permite que en varias ciudades de esa Comunidad impere el “despelote”; la borrachera se desparrama por las calles y turistas y nacionales se unan en una orgía social.

    ¿Cuándo pondremos remedio, señor Puigdemont?.

    Déjeme hacerle otra pregunta: ¿a quién favorece que los sables puedan sonar otra vez?