A la memoria de mi querido maestro Ramón Xirau

Maestro mío tanto en la licenciatura como en la maestría en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, estar en la cátedra de Ramón Xirau (Barcelona 1924-Ciudad de México 2017) fue uno de los mayores y más reveladores privilegios que tuve en mi formación universitaria. Hijo único de los catalanes Joaquín Xirau Palau y Pilar Subías, su lengua materna era el catalán, y era entonces para mí una inusitada delicia oírlo recitar sus propios versos y los de otros notables poetas en su idioma original. Estudiante distraído pero tenaz en el Montessori de Barcelona, él nos contaba que la misma María Montessori los visitaba ocasionalmente, en una época en que “el mundo que conocí de niño, de bellos colores, de números precisos, exactos, y de geometrias perfectas, contrastaba con la terrible Guerra Civil Española que me tocó vivir”.

Sacudido por la guerra, en todos los sentidos, también me tocó escucharle alguna vez, ya más adelante, que hacia 1938, en pleno estertor bélico, tuvo que separarse de sus padres que permanecieron en Barcelona, y a él lo mandaron a vivir a Marsella, en una providencial casa donde los libros y el mar le afianzarían dos de sus más grandes querencias. Alumno destacado primero en en el Liceo Montaigne de París, y más tarde en el Périer de Marsella, aprendió muy bien el francés, y mucho se dolía de haber tenido que llegar a la adolescencia lejos de sus padres y sin saber gran cosa de ellos. Conocemos que ese hecho también le marcaría de por vida, cuando descubrió que precisamente en el exilio prematuro y obligado, en la distancia, lejos de su entrañable tierra y separado de sus seres queridos, había encontrado consuelo precisamente en su pasión por el conocimiento y por el Mar Mediterráneo, siempre el Mar Mediterráneo.

Antonio Machado, su compañero de huida al exilio

Ya reunido con sus padres en París, terminada la guerra, en Cherburgo abordaron un barco que los llevaría a Nueva York, y de ahí un autobús rumbo a México. También era tema de conversación que la huida de sus padres de España la habían hecho junto con Antonio Machado, uno de sus más entrañables poetas. De los tantos emigrantes españoles que vinieron a enriquecer la vida cultural y académica en nuestro país, lo cierto es que Ramón Xirau terminó de formarse en México, primero en el Liceo Franco Mexicano; y no sin nostalgia hablaba de sus dichosos años en la colonia San Rafael, desde donde con su padre caminaba todos los días, entre semana, a la Facultad de Filosofía y Letras, en Mascarones. En la misma UNAM estudiaría la maestría y después se doctoraría en filosofía, y si bien su formación fue esencialmente filosófica, en su vida tanto académica como creativa siempre estuvo vinculado a dos saberes del mundo y la existencia que en él coincidían en un mismo vórtice de dudas e interrogantes metafísicas, bajo el cobijo gozoso de la literatura y particularmente de la poesía.

En 1949 se casó con la joven pintora Ana María Icaza, su inseparable compañera y quien confesaba le había acabado de descubrir México, “este hermoso país de maravillosos colores, sabores y fragancias”. De su mano, adquirió la nacionalidad mexicana en 1955. Con ella tuvo un hijo, Joaquín Xirau Icaza, también poeta dotado que murió muy prematuramente, mientras estudiaba una maestría en Harvard. Tocado por la tragedia, pues su padre también había muerto de improviso en un accidente, ese sería el más terrible dolor de su vida, y solo en la filosofía y en la poesía dijo haber encontrado algún relativo consuelo de frente a tan dolorosa —funesta— experiencia.

Su tesis de licenciatura fue sobre el método y la metafísica en Descartes, y nos decía haberla escrito al fragor de la profunda pena que le había causado precisamente el comentado deceso de su padre. Su extraordinaria carrera académica lo ligó primero al Liceo Franco Mexicano donde se había formado, más tarde a la Universidad de las Américas, y por último a su entrañable Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde ha dejado una muy profunda huella como catedrático; no menos valiosa es su herencia como investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de nuestra misma alma mater. Como había sucedido con su padre, le encantaba recibir a sus alumnos en su ya referencial estudio de su casa de San Ángel, para imbuirnos ese halo de pasión por el saber y la creación como dos pruebas más que fidedignas de que entonces la existencia sí vale la pena acometerse con compromiso y con denuedo.

Poesía y filosofía de la mano

Filósofo y poeta por convicción, Xirau consideraba que con la poesía accedemos a una forma privilegiada de conocimiento del mundo, de la realidad, del ser, y en su naturaleza mítica, mística, que es revelación, puede incluso trascenderlos. Sus mejores ensayos giran en derredor precisamente de cómo el conocimiento, la imaginación y la emoción coinciden en los poetas más lúcidos, pero también en los filósofos más inspirados.

Aunque dejé de verlo desde que me fui a Chihuahua en el 2000, mucho he sentido su muerte y, antes, su delicado estado de salud. Ampliamente reconocido sobre todo en el ámbito académico (tambien fue, por ejemplo, Premio de Poesía “Octavio Paz”, Premio Mazatlán de Literatura y Premio Nacional de Ciencias y Artes), lo cierto es que quienes tuvimos el privilegio de tratarlo, y sobre todo de que nos marcara con su talento y su saber enciclopédico que compartía con admirables entusiasmo y generosidad, recordamos también al poeta delicado y profundo, que sabemos se nutría del filósofo inspirado, porque en él la filosofía y la poesía (fue también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua), como en los más grandes pensadores y líricos, eran dos cauces que sabía alimentan el espíritu tras la búsqueda del conocimiento (Poesía y conocimiento se llama, precisamente, uno de sus más bellos libros), de la verdad.