Para empezar quiero decir que sin lugar a dudas, y así lo han demostrado los últimos cuarenta años, el marxismo, o si ustedes quieren la Crítica de la Economía Política, no sólo es la teoría más acertada para estudiar la crisis actual, sino es la única que ha podido explicar las causas de esta gran crisis estructural, mostrar las contradicciones que la cruzan y avizorar las posibilidades futuras a partir de sus tendencias. Dije marxismo y no sólo la teoría marxiana, porque me parece que no pueden desconocerse las aportaciones de los marxistas que a partir del fundador han desarrollado un extenso cuerpo teórico para ir al paso de la historia descubriendo el comportamiento de los nuevos fenómenos. Sin embargo, no deja de asombrar y admirar que los fundamentos del instrumental teórico utilizado en nuestros días, 150 años después de su publicación, ya estaban en el primer tomo de El capital.

Como siempre, en torno a la crisis actual hay un amplio debate, en el cual la primera temática es si se trata de una sola crisis o de la recurrencia de muchas. Ahí ha tenido influencia el conjunto de los llamados analistas o expertos, así como de los académicos que de una forma u otra podemos aglutinar en lo que Marx, con un obvio dejo peyorativo llamaba economía vulgar, que sólo atinan a describir los comportamientos inmediatamente anteriores a los momentos de agravamiento y suponen que ahí se encuentran las causas. A este tipo de interpretaciones, naturalmente se les multiplican las crisis, y así tenemos una en 1971, otra en 1974, en 1982, en 1986, en 1994, en 1997, en 2001, en 2008 y las nuevas que aparezcan, cada una acompañada de las medidas que los autores consideran pertinentes, casi siempre encuadradas dentro del neoliberalismo, para resolverla. Como todo mundo sabe, ninguna de tales recomendaciones ha conseguido sacar al capitalismo de su marasmo y esta realidad es tan evidente que ahora el neoliberalismo empieza a decaer como estrategia privilegiada.

En el lado del marxismo no ha estado ausente el debate. No faltan quienes, al igual que sus colegas del otro campo, reconocen una serie de crisis. Otros, por el contrario, y me incluyo en esta línea, hablan de una sola crisis que no acaba de terminar.  Y aquí hay que reconocer que la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría provocó, si no un retroceso del marxismo que ha seguido saludable, sí un repliegue de los marxistas, al que se sumó el hecho de que el avance de la globalización provocó una especie de pasmo intelectual, pues los científicos sociales vieron ampliar notablemente su objeto de estudio, ya que el proceso de globalización, no es una transformación que afecte sólo a la economía, sino ha producido profundos cambios en la política, en las relaciones sociales y en la cultura, y por lo tanto intensifica los vínculos y la mutua influencia entre las distintas esferas de la sociedad, de manera que ha hecho mucho más complejo el objeto de estudio. Pero no sólo eso, la globalización al buscar el abatimiento de las fronteras económicas entre las naciones, ha exigido que los estudios tengan que tomar en cuenta, de un modo más estricto que en el pasado, lo que está ocurriendo en el entorno internacional, para explicar lo que acontece en un solo país. Esta mayor complejidad del objeto de estudio, en lo que podríamos llamar un sentido horizontal y vertical, ha sido enfrentado con la interdisciplina, por un lado, y con el trabajo colectivo por el otro, en una tendencia que parecería dar gusto a aquella frase de Alfonso Reyes que postulaba que “todo lo sabemos entre todos”.

Hace ya algunos años que los marxistas han vencido ese primer pasmo intelectual y los ensayos de interpretación sobre la crisis y el proceso de globalización se han multiplicado por el mundo. Y aquí hay que mencionar que por tratarse de muchas realidades nuevas, casi todos los autores, a querer o no, realizan las tareas propias de Adán al ponerle nombres a los nuevos fenómenos. Así algunos apellidan a la crisis como estructural, otros como de regulación, otros más como crisis orgánica, o sistémica o epocal.

Yo me conformo con llamarle simplemente estructural, queriendo significar no sólo que es la crisis más larga y más profunda que ha vivido el capitalismo, sino que, sólo comparable con la llamada Gran Crisis que se inicia en los setentas del siglo XIX y con la Gran Depresión que se inicia con el Crack del 29, se extiende durante los treintas y desembocó en el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, a semejanza de esas otras crisis estructurales, digo, la actual exige una transformación en la forma de la acumulación de capital y en la división internacional del trabajo, es decir, en la estructura del capitalismo. También me parece importante advertir que independientemente de que esta crisis estructural se inicia a principios de los setentas y permanece hasta hoy, tiene sus propios ciclos internos de etapas de un magro crecimiento y etapas de agudización de los problemas, en especial en el sector financiero. Quizá la mejor descripción es la de un líder de los trabajadores de la salud, que al comentar mi planteamiento decía “entiendo que la economía sufre de una grave enfermedad crónica que presenta momentos de agudización y momentos de relativa calma”. Y en efecto, uno de los rasgos de la economía en esta etapa es el llamado stop-go o alto y siga, pero en ningún momento puede afirmarse que haya salido de la crisis, de su enfermedad crónica.

Al margen de las diferencias en la terminología, se podría decir que casi hay un consenso en que la crisis estalla debido a la caída de la tasa de ganancia, que empieza a manifestarse en la segunda mitad de los sesentas, como efecto del aumento de la composición orgánica del capital y su consecuencia, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, planteada por Marx en el tomo I de El capital. Tengo para mí, sin embargo que no sólo hay que señalar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, sino también discutir cuáles fueron las causas de que esa tendencia, que había sido eludida por los capitalistas, durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra, se haya concretado en la realidad y de modo tan generalizado, como para hacer estallar la crisis.

Y aquí tenemos que reconocer nuevamente el gran calado del pensamiento de Marx, pues él no sólo planteó la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, sino también los mecanismos contrarrestantes, empleados por los capitalistas para mantener y mejorar su tasa de ganancia. Y aquí hay que seguir un consejo que sin querer proporciona Maurice Dobb, al estudiar otra crisis y es que para explicarla hay que observar el auge anterior a la caída, porque ahí se gestaron sus causas. Siguiendo este consejo, tengo para mí que de los mecanismos contrarrestantes que menciona Marx, cuatro son los que tuvieron mayor importancia durante los años de crecimiento, no sin tropiezos, de la etapa precedente. El cambio tecnológico, la concentración y centralización del capital, la intervención del Estado en la economía y la expansión del crédito. Esos cuatro mecanismos, por su propia utilización intensa, se convirtieron finalmente en trabas para la acumulación de capital. Desde luego, en este breve espacio, no puedo detenerme en la trayectoria de cada uno de estos mecanismos, únicamente quiero destacar que el tomo I de El capital, sigue sirviéndonos para explicar nuestra realidad 150 años después.

Sólo quiero añadir otro aspecto que me parece crucial y es que tampoco podríamos explicar la crisis y la estrategia del gran capital financiero internacional para intentar enfrentarla con la globalización, si no recurrimos a la explicación de Marx de la historia como una lucha de clases .Es evidente que a partir de los ochentas ese gran capital financiero emprendió dos grandes ofensivas, una contra los países subdesarrollados para imponer el neoliberalismo a lo largo del mundo y con esa política el saqueo de los recursos naturales y humanos de nuestras naciones: y otra contra los trabajadores, tanto de sus propios países, como de los subdesarrollados. Precisamente porque esta batalla contra los asalariados ha determinado una semejanza en las reformas y las políticas aplicadas en muy distintos países, hoy, como demandan las dos leyendas grabadas en la tumba de Marx, “no se trata sólo de explicar el mundo, sino de transformarlo”, y para ello responder al grito, también grabado en la lápida de Marx: “proletarios de todos los países, uníos”.