El crecimiento del turismo mundial es innegable, pese a las crisis económicas y los riesgos de seguridad, cada año aumenta el número de personas que se moviliza hacia algún destino nacional o internacional y con ello también se incrementan las voces de quienes sufren o se molestan por los efectos colaterales que esta actividad genera en nuestras sociedades de consumo.

Por ejemplo, España, país europeo donde la actividad turística crece año tras año. Esta actividad es cuestionada, sobre todo por los sectores sociales más vulnerables económicamente, sobre todo por los vecinos de los lugares más concurridos.

Los hechos ocurridos en Las Ramblas han sido devastadores pero la población lo ha enfrentado y se ha levantado diciendo: “no tenemos miedo”, y así los turistas se sienten más animados a seguir llegando a ese cálido y hermoso país.

De vez en vez, se conoce en los medios masivos, manifestaciones de vecinos en contra de los principales efectos del turismo masivo, como por ejemplo, las aglomeraciones, el ruido, desmanes, entre otros.

Pero en los últimos tiempos también se han producido efectos más estructurales que tienen que ver con el encarecimiento de la vivienda, los servicios, la disminución de los pequeños comercios. Nada que no hubiera ocurrido antes, pero que ahora, ante el aceleramiento de los procesos globales, cobran más relevancia.

Con la coyuntura política actual en España y ante la expectativa de la “consulta” sobre la independencia de Cataluña para el próximo primero de octubre, el tema turístico también se politiza y entra de lleno en ese escenario convulso y radicalizado. El tres de agosto pasado, un autobús turístico fue vandalizado por un grupo de jóvenes encapuchados. Pincharon las ruedas del vehículo y pintaron :”el turismo mata los barrios”.

La acción recibió una amplia cobertura en los medios y a partir de ahí se ha generado un interesante intercambio de opiniones de distintos actores de la sociedad, catalana y española. Desde las que condenaron el hecho, hasta los que lo defendieron y cuestionaron el actual “sistema turístico masivo”.


El tema es trascendente, sobre todo por las implicaciones económicas. Al cierre de este material, España rompía un nuevo récord en dinero gastado por el turismo extranjero. Según el Instituto Nacional de Estadística, hasta el 30 de junio de este año, los turistas extranjeros (36,3 millones, hasta ese momento) habían gastado más de 37 mil millones de euros y Cataluña era la comunidad autónoma que más se beneficiaba con 8 mil 187 millones.

Como se aprecia, es bastante dinero el que está en juego en el escenario, por algo la actividad turística en España ya alcanza el 11 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).

Quiénes se benefician más de esos recursos, es una buena pregunta. Desde luego que principalmente la iniciativa privada, el gobierno a través de impuestos y se supone que los pobladores de lugar, tanto directa como indirectamente, pero algunos sectores “radicales”, no lo consideran así. La pinta del autobús no fue un hecho aislado, también se han reportado protestas de vecinos, pega de calcomanías (pegatinas) en la automóviles de empresas importantes y “ataques” con confeti en algunos lugares turísticos. La mayoría de estas “protestas” son realizadas por grupos políticos anticapitalistas.

De acuerdo con la Organización Mundial del Turismo (OMT), el crecimiento de esta actividad en el mundo es constante desde la década de los sesentas en el siglo pasado. Según esta entidad, en 2008 se superaron los 300 millones de personas a nivel mundial y se consideró un hecho histórico, pero ahora, en 2016 se rebasaron los 1235 millones y ya no espanta a nadie.

El tamaño del pastel es grande y jugosas las ganancias, por eso es que en un principio, los actores poderosos de este sector, se disputan el “turismo de calidad”, como se le llama eufemísticamente a los turistas de alto poder adquisitivo, no importa que ellos también realicen desmanes o conductas escandalosas que normalmente no se publicitan. En su disputa de poder, estos sectores se ceban con el turismo “masivo”, no pobre, no, masivo, que gasta menos, pero también gasta.

La mayoría hemos sido turistas muchas veces y a juzgar por las cifras de crecimiento de la actividad, los hechos vandálicos, escándalos y conductas cívicas inapropiadas, son una minoría, sin embargo, este tipo de problemas se agrandan cuando conviene, y en cambio, se encubren otros como el encarecimiento de las viviendas, el pago de bajos salarios a los trabajadores del sector, la discriminación y el daño al medio ambiente, entre otros. Corresponde a los gobiernos regular esta actividad, pero ¿quién le pone el cascabel al gato?