Es evidente que una empresa editorial es un negocio y que debe cuidar sus intereses, sobre todo económicos. Sin embargo, no deja de ser notable, cuando nos ocupamos de ello, cómo se publican libros de mala calidad, sin interés literario, en aras de que van a venderse bien. Lo mismo ocurre con los libros que siguen una moda, una tendencia del mercado, aunque no sean gran cosa, y se desechan libros a veces originales. Lamentablemente, no ocurre tan solo en las comerciales, lo cual es hasta cierto punto comprensible, sino también en muchas instituciones culturales, estatales, educativas.

Viene a cuento en esta ocasión por la novela de perfil de novela negra titulada Nuevo catálogo de colores para pintar cadáveres, de Ladislao M. Franco, a la que me referiré. La edición es de circulación limitada, personal, como se comprenderá por mis primeras líneas. Y me encuentro con un texto que tiene valor en varios aspectos. Ingenio, audacia en el discurso novelístico, en la forma; su protagonista central en su “estira y afloja” con la vida diaria se mofa de los otros personajes y hasta de sí mismo, pero también de los escenarios en los que se mueve, las instituciones policiacas, oficinas gubernamentales, etcétera. En algún momento, por este lirismo, parece que se desvía de la narración vertebral, que es un asunto de asesinatos en serie, pero pasa en función de la “crítica” al medio, que ha sido un ángulo de la novela negra observado por sus lectores y estudiosos.

Pero, lo más importante no es la “crítica”, porque no se queda allí, si así fuera carecería de interés para mi lectura. No, la “crítica”, sorna mejor dicho, es parte del discurso de la novela, del habla del protagonista, Faustino, cuyos apellidos que parecen “nombres de batalla”, dice el personaje, son Hurtado Tirado: insisto, porque es la forma de hablar del personaje —un individuo con su manera de pensar— y él hace la narración.

El personaje-narrador, aunque no lo es siempre, no es un policía, un investigador, de ningún tipo, sino un contador que pasa de los cincuenta años. La edad es importante. Con frecuencia habla de sus glorias pasadas en los años setenta, con los pantalones acampanados, la camisa entallada y el pelo no tan largo y peinado de manera diferente a los hippies de los sesenta y que, después del temible año 2000 (cuando se iba a acabar el mundo), empieza a cambiar el panorama para él de manera peligrosa. Su poder de seducción con el sexo opuesto se ha derrumbado, muchas de las costumbres que conocía quedaron en el recuerdo y ve cómo es peor s­­­­u desintegración con el entorno, desde ciertos hábitos hasta con la tecnología de consumo, esa otra adicción que nos ha venido dominando en especial en las últimas décadas. Faustino está fuera de tiempo y de contexto.

Casado con una mujer gorda, con la que no puede hacer ya ni el sexo de vez en cuando, sin que ella se burle por su falta (no de tino, por la gordura de ella, además le dicen “Tino”, sino) de fuerza, de convicción sexual.

Pese a todo es un crítico contumaz, un burlón, pero en el pecado lleva la penitencia. Parece que es él mismo el asesino que hay que perseguir y capturar. Se ve como un cínico insensible ante la tragedia de la muerte. Aparecen cadáveres en su sótano que él, irresponsablemente, entierra en su jardín después de pintarlos. Mientras tanto se desencanta de un amorcito que encuentra en su oficina. El ingenio de Ladislao lo hace mantener oculto al asesino, el lector se hará cargo de averiguar si es este o aquel otro al final. Esto es lo que marca el subgénero de novela negra, a la mexicana, en la novela de Ladislao. ¿Por qué a la mexicana? Más bien a la Ladislao, ya que él decidió, en esta novela, adaptar el subgénero a la idiosincrasia nacional de manera acertada, cosa que subraya su originalidad. En suma, es una novela negra novedosa, con personajes bien dibujados, de ingenio diferente en México.

Conocí a Ladislao M. Franco (nacido en 1976) en uno de mis cursos-talleres de escritura de ficción narrativa que suelo dar desde hace unos cuarenta y cinco años. (Por eso escribí Aprendiz de novelista, 2006.) “Galardoneado con el favor de muchos lectores”, dice en la contraportada de la que me ocupa, le he leído otras novelas, como De Huipulco a Berlín, premiada con el “Manuel Ignacio Altamirano 2010”, que es la historia realista de una pareja joven convencional, no por eso fuera de interés; Coyote, un western de misterio y aventura, y El huésped, que no conozco. Ladislao, además, está incluido en mi antología Terror en la ciudad de México (Libros del Conde, 2015) integrada con cuentos de catorce nuevos autores.

Finalmente, permítanme invitarlos a la presentación de mi novela fantástica y de terror, El reflejo de lo invisible: viernes 11 de agosto próximo, 19 horas, Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, Nuevo León 91, esquina con Fernando Montes de Oca, Col. Condesa.