Hace unos días, el cantante venezolano José Luis Rodríguez, el Puma, criticó al papa Francisco por no pronunciarse claramente sobre lo que ocurre en Venezuela. Sus declaraciones en redes sociales partieron de la presunción de una simpatía ideológica natural de Bergoglio con el presidente Nicolás Maduro, en razón de la también presunta cercanía del Papa con la izquierda social latinoamericana. La crítica de Rodríguez es insostenible; la praxis pastoral de Francisco como arzobispo de Buenos Aires, donde lidió con las jerarquías eclesiástica y castrense, acreditó su habilidad para no comprometerse en cuestiones políticas y mantener sus convicciones religiosas. Entonces no fue tarea fácil, y tampoco lo es ahora, cuando su condición de papa le confiere gran legitimidad a sus pronunciamientos sobre hechos que inquietan a la comunidad internacional, como es el caso de la situación en Venezuela.

Francisco ya se había referido antes a la crisis venezolana, durante una conversación con los periodistas que lo acompañaron en su viaje de El Cairo a Roma, el 29 de abril último. En esa oportunidad, al ser cuestionado sobre el papel que podría desempeñar como facilitador del diálogo entre el gobierno y la oposición, Bergoglio indicó que tendría que ser en condiciones muy claras ya que “parte de la oposición no quiere esto, y es curioso que la misma oposición esté dividida.” Si bien estas palabras generaron molestia en círculos opositores venezolanos, el comunicado de prensa emitido por la Santa Sede el pasado 4 de agosto aclaró la postura del Sumo Pontífice ante el conflicto en esa nación suramericana.

En dicho comunicado, el Vaticano manifestó preocupación por la “radicalización y agravamiento” de la crisis; pidió a todos los actores políticos y al gobierno que se respeten derechos humanos y libertades fundamentales, incluso de la Constitución política vigente; y en ese tenor, “se eviten o se suspendan las iniciativas en curso como la nueva constituyente que, más que favorecer la reconciliación y la paz, fomentan un clima de tensión y enfrentamiento”. En abono a este planteamiento, la sede petrina llamó a crear las condiciones para una solución negociada, según las indicaciones de la carta de la Secretaría de Estado del 1 de diciembre de 2016 y dirigió un “apremiante llamamiento a toda la sociedad para que se evite la violencia e invitó a las fuerzas de seguridad a abstenerse en el uso excesivo de la fuerza”.

Como se recordará, en la misiva antes citada, el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, aludió a la importancia de establecer un clima de confianza recíproca entre el gobierno y la oposición, que permita el diálogo, y especialmente, que “se tomen las medidas necesarias para restituir cuanto antes a la Asamblea Nacional el rol previsto en la Constitución” y se acelere el proceso de liberación de los detenidos. En la misma misiva, Parolin insistió en que el papel de facilitación o acompañamiento conlleva de manera implícita que el diálogo y los acuerdos son responsabilidad de las partes interesadas, si bien el representante de la Santa Sede formula propuestas de matices orientadas a distender, desbloquear, sugerir nuevos caminos o hacer memoria de cosas comunes, que son útiles en el proceso de negociación.

Se equivocó el Puma. Con el respaldo de una diplomacia dos veces milenaria, Francisco ya se había pronunciado con claridad sobre los acontecimientos en Venezuela.

Internacionalista