Las fiestas suelen ser preludios de grandes batallas en cualquier terreno. Con una fiesta inicia La guerra y la paz de Tolstoi y con una fiesta presentó John Galsworthy a los personajes de la emblemática familia victoriana de La saga de los Forsyte, un clan regido por los principios de la posesión de la propiedad y la belleza. En nueve libros escritos durante 15 años, el inglés Premio Nobel 1932 dibujó la decadencia de una época y el nacimiento de la modernidad. Estas novelas traducidas y editadas por Sudamericana, y hoy casi desconocidas, en un tiempo ocuparon los estantes de las bibliotecas de personajes como Elena Garro, José Luis Martínez y Octavio Paz. La BBC produjo la serie en 1967. Galsworthy nació el 14 de agosto de 1867. En su 150 aniversario, transcribo el inicio del primer libro de la saga, El propietario:
Aquellos que hubiesen tenido el privilegio de hallarse presentes en una fiesta familiar de los Forsyte habrían asistido al espectáculo encantador e instructivo de una familia de la alta clase media en todo su esplendor. Pero si alguno de tales privilegiados hubiera poseído el don del análisis psicológico (un talento sin valor monetario y adecuadamente ignorado por los Forsyte), habría sido testigo de un espectáculo no solo delicioso en sí mismo, sino también ilustrativo de un oscuro problema humano. Dicho de manera más sencilla, habría encontrado en la reunión de esa familia —ninguna de cuyas ramas sentía afecto por las otras y en cuyo seno ni siquiera tres de sus miembros experimentaban algo que mereciese el nombre de simpatía— la prueba de esa misteriosa y concreta tenacidad que hace de una familia tan formidable unidad social, tan clara reproducción en miniatura de la sociedad…
El 15 de junio de 1886, a eso de las cuatro de la tarde, el observador que se hubiese hallado casualmente en casa del viejo Jolyon Forsyte, en Stanhope Gate, habría asistido a la máxima florescencia de los Forsyte. Se celebraba aquella reunión para festejar los esponsales de la señorita June Forsyte, nieta del viejo Jolyon, con mister Philip Bosinney. Cuando un Forsyte se prometía en matrimonio, se casaba o nacía, todos los Forsyte se hallaban presentes. Cuando un Forsyte moría… pero todavía no había muerto ningún Forsyte; los Forsyte no morían; siendo la muerte algo totalmente opuesto a sus principios, tomaban precauciones contra ella, las instintivas precauciones de personas dotadas de enorme vitalidad y que miraban con resentimiento toda intrusión en su propiedad… Junto al piano, un hombre corpulento y de elevada estatura lucía dos chalecos sobre su amplio torso, dos chalecos y un alfiler de rubíes, en vez de un solo chaleco de raso y el alfiler de diamantes propios de ocasiones más corrientes, y su rostro de viejo, del color del cuero desvaído, afeitado, de mandíbula cuadrada, con ojos mortecinos, ofrecía su expresión más digna por encima del corbatín de satén. Era Swithin Forsyte. Cerca de la ventana, donde disfrutaba de más aire fresco, se encontraba el otro mellizo, James… Sentadas en fila, muy juntas estaban tres hermanas: las tías Ann, Hester (las dos Forsyte solteronas) y Juley, la cual hacía muchos años que sobrevivía a su marido… Cada una de estas damas tenía un abanico en la mano, y cada una de ellas, mediante un toque de color, una pluma enfática, o un broche, daba fe de cuán solemne era aquella oportunidad…
Novedades en la mesa
Entre los clásicos que se mantienen siempre en las mesas de novedades, El doctor Zhivago, de Boris Pasternak, editada por Debolsillo, y Cuentos completos de Virginia Woolf, de Ediciones Godot.