“…miré por la ventana de la celda y no vi nada, la niebla del día anterior se había convertido en un manto lechoso

que cubría totalmente la meseta…” Umberto Eco – El Nombre de la Rosa.

Madrid.- Hay de todo y casi todo enerva, impone soberbias, destroza esperanzas, exalta ánimos hasta la pantomima, reparte odios y rencores, permite exabruptos y exhibe el autismo de los líderes independentistas, colmados ya de gloria y de aplausos.

       El entusiasmo se desbordó en las múltiples manifestaciones para celebrar la Diada (fiesta de Cataluña), el lunes pasado. Sirvió también para recrudecer el antagonismo entre el Gobierno y la Generalitat.

      Es el preludio del 1º de octubre próximo en el que se anuncia un referéndum “para decidir”, impulsado por los líderes del independentismo de esa región y sus comparsas que ya tienen elaborados los pasos que darán antes y después de esa fecha.

      En las marchas ocurridas entonces, la Estelada invadió el ambiente. Ni una sola bandera de España. Nadie se atrevió a sacarla o no quiso hacerlo. El panorama se agrava a medida que pasan los días. Faltan menos de dos semanas para el juicio final al que se someten ambos bandos.

      Este país es el que paga los platos rotos. Saldrá de la contienda herido no sabemos si grave o con pequeñas contusiones. De todas formas, la pelea no termina y el panorama se ensombrece aunque nadie se beneficie de ello.

      Fueron multitudinarias las demostraciones de independencia el 11 de septiembre; hubo plantones, gritos ininteligibles lanzados por bocas deformadas por el rencor.

      Fue el momento del desahogo, del enfrentamiento verbal en espera de algo más violento. Las acusaciones contra el Estado Español en semanas pasadas hicieron mella en la gente que llenó las calles de las cuatro provincias catalanas para reclamar “libertad” y nueva nación.

      El Govern “sólo obedece al Parlament, nueva legalidad de Cataluña…” expresa el president Carles Puigdemont, en un desafío a las normativas nacionales. Carme Forcadell, presidenta de la Cámara Regional, borró todo indicio de imparcialidad durante las sesiones que se llevaron a cabo y que culminaron con altercados visibles y dolorosos.

      Carles, Mas, Junqueras, Homs, Turull, son hoy los dueños de la verdad aunque ésta nunca tuvo amo ni lo tendrá.

      “El Estado soy yo…”, recuerda Puigdemont apoyado en la beatífica sonrisa de los “asesores políticos” que tiene al lado. Oriol, impasible, Turull con cara de mala leche y, en las gradas, Artur, siempre dispuesto a aprovechar cualquier oportunidad para ser protagonista.

      En las curules, los egregios defensores de la patria catalana, la CUP y sus brazos políticos.

      En el transcurso de las horas – largas, muy largas por cierto – se pronunciaron frases ingeniosas y agresivas, bien pensadas, en un ambiente de preocupación que crece. “Nosotros ponemos las urnas, el Estado Español pone los tricornios…”, balbucea don Carles.

      Por su parte, Mariano Rajoy recorre todas las esquinas para aseverar, rotundo, serio, con una actitud positiva pocas veces vista en él, que “el Estado no renunciará a nada…”. Todo ello avizora un futuro impredecible.

      El miedo se mete entre las carnes. La península está en vilo por enésima vez. No escarmentamos. Es parte de nuestra genética. Dudar sobre la integridad nacional no es nuevo pero duele como siempre. Al final, se vayan o no los catalanes, quedaremos tocados, maltrechos, exhaustos.

      Pero eso sí, listos para la siguiente sinrazón.

      Hay y habrá disturbios, cabreos e insultos. Solo algún que otro coscorrón, espero. O un par de tiros al aire.

      La Guarda Civil y la Policía Nacional cumplen con su deber al servicio de la Constitución; los Mossos d`Escuadra vigilan dispuestos a mantener el orden pero no se sabe aún al servicio de quién.

      ¡Qué espectáculo!, cuánta tristeza, un enfado sostenido que se repite. Multitudes vociferantes, personas que se esconden en sus casas para ve si pasa el chaparrón; unos rezan, otros ven la tele u oyen la radio. Están en el ajo, pero no visibles. Ven los toros desde la barrera.

      A ellos también les suben los humos y gritan. Nadie quedará inmune. En esta obra teatral no se salva ni el apuntador.

      Continúan las amenazas: “si nos impiden sacar las urnas, en ese momento declararemos la independencia”, reitera el president. Y se queda dentro de su trajecito de tres botones abrochados, como cautivo.

      Ya no hay reglas del juego ni respeto mutuo. Cada político va por la libre. La gente, las masas, sirven, como es habitual, para avalar algo que desconocen o de lo que tienen poca información.

      Nadie escucha al Tribunal Fiscal, al Supremo ni al de Cuentas. Tampoco al Consejo de Cataluña. Los separatistas afirman que hay una sola opción: la independencia. Son los héroes de la nueva patria, que aún no fundan.

      Los ministros de Rajoy ratifican que no se permitirán la consulta y que deben atenerse a la ley y sus consecuencias los que la desobedezcan. Unos y otros se arrojan pedazos de legalidad a su manera. El presidente del Gobierno tiene la sartén por el mango: la Carta Magna del 78 lo respalda.

      Puigdemont sólo obedece órdenes creadas por él mismo y su gente: “el Parlament es la única ley que obedeceremos”.

      Es una arbitrariedad, está equivocado. Por encima de su ley está la del resto de los españoles. Engaña a la gente de buena fe. Ya está todo elaborado: resultados o no de la votación, documento de independencia y constitución catalana. Juntos en el mismo plato, en la cocina, listo para servirse a los comensales secesionistas.

      Nadie busca un arreglo para evitar lo que viene. Las dos partes tienen estigmas: el Palau con el 3%, la Moncloa, el inmovilismo absurdo.

      Viviríamos mucho mejor o menos mal sin ninguno de ellos. Que se vayan, que se vayan, por favor. La democracia que nació enfermiza se agravó y necesita entrar en la unidad de cuidados intensivos,  porque si no morirá, ya lo hizo en otras ocasiones de nuestra historia.