Pasan los meses y mi interés, casi diría mi obsesión con Trump va evolucionando. Comenzó en muchos casos con una sorpresa que era casi una broma. Como tantos mexicanos me fui a la cama el día de las elecciones en Estados Unidos seguro de que ganaría Hillary, y no por buena sino porque era la normalidad, lo que aquel político yanqui llamó “normalcy”. Mi mujer me despertó con el sofocón: ”Ganó Trump”.

Y de entonces para acá me quedó una adicción maldita: ir siguiendo todos los trumpismos y las trumpadas. Para estar al día hasta renové mi subscripción a The Washington Post, periódico admirable por su antitrumpismo incansable y día a día renovado.

Pero poco a poco he ido dejando el sensacionalismo, las novedades de Trump, los infinitos incidentes y escandalitos para sumirme en una preocupación más seria: ¿importa realmente Trump? O más aún: ¿existe Trump? Sé por supuesto que hay un neoyorquino llamado Donald Trump, ”magnate inmobiliario” y curioso personaje de televisión, que ganó la candidatura republicana, que odia a los mexicanos (y a medio mundo) y que está haciendo el muro.

Y en su lugar aparece algo mucho más siniestro: un personaje, diríamos más bien un actor, cuyo papel es encarnar la Gran Reacción Americana para destruir en lo bueno y en lo malo lo que representaba ser el Gran Experimento Democrático, el Proyecto, el Destino Manifiesto de unos Estados Unidos imperiales pero practicantes, al menos a escala doméstica, de un modelo razonablemente humano y liberal, los USA de Franklin Roosevelt, de Kennedy y de Lincoln y aun de figuras menores en su larga nómina presidencial, un país con aceptable seguridad social, educación pública, respeto por la ley (al menos aparente) y abierto un poco a la capilaridad social y étnica.

Algo que más o menos representaba el  Partido Demócrata y el ala sensata del GOP (Partido Republicano), un país con división de poderes (más o menos ) y que huía de los extremismos. Gobernado por Wall Street y por los medios. Pero bueno, no tan malo. Una semiutopía próspera y materialista pero que guardaba las formas.

Y todo esto parece querer ser destruido por el trumpismo, por los intereses de una minoría todopoderosa que han armado la gran conspiración junto a la cual las conspiraciones del pasado, la judía, el nazismo y similares parecerán juegos de  niños. Una combinación de dinero, medios. Ingeniería política que podría ganar porque lo peor siempre es posible, con Trump o sin él ,hasta con el yerno o el que sea.

Y hablo de Kushner, a quien los españoles llaman el “yernísimo”, como podía hablar de la hija elevada a nivel de canciller, a los altos ejecutivos hechos ministros, a los más ineptos puestos en lugares estratégicos, a la glorificación del belicismo, ese gran negocio americano, en fin, a cualquier que sepa decir el parlamento que le han asignado los autores del guion, del Gran Guion que producirá la nueva “America, Great Again”. Un lema tonto pero no más que aquel “¡Despierta, Alemania!” con que el Führer despertó a su monstruo.