A contrapelo del universalismo que permitió la creación en 1945 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el pasado día doce Estados Unidos anunció su salida de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Washington adujo que su continuo sesgo antiisraelí la ha politizado y deforma su mandato original. Acto seguido, Israel hizo lo propio, y en voz de su representante en ese foro señaló que la ONU vivirá ahora una nueva época, en la que habrá consecuencias cuando se discrimine a Israel. La salida de ambos países es preocupante y va en sentido contrario al orden liberal creado para regir las relaciones internacionales de la segunda posguerra, que paradójicamente tiene en Estados Unidos a su líder más visible. Así, de un plumazo, Washington y Tel Aviv erosionan el sistema multilateral y manifiestan poco aprecio por la paz que procura.
Las razones que llevaron a esas dos naciones a adoptar tal decisión son conocidas y tienen como denominador común la errónea presunción de que, a escala global, existe un complot antiisraelí. Es una cadena de hechos que se remonta a 1974, cuando Estados Unidos dejó de pagar temporalmente sus cuotas porque la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución mediante la cual invitaba a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a participar como observadora y a trabajar en todas las reuniones convocadas por la propia Asamblea y otros órganos de la ONU. Una década después, cuando Ronald Reagan visualizaba la política internacional bajo el prisma reduccionista del conflicto Este-Oeste y pensaba en la guerra de las galaxias, Washington se salió una vez más, para regresar en 2003.
En octubre de 2011, la Conferencia General de la UNESCO admitió a Palestina como Estado miembro y un mes más tarde ratificó su Constitución. Como resultado, al año siguiente Estados Unidos se marginó nuevamente de la UNESCO, aduciendo que ello constituía una señal de reconocimiento al derecho palestino sobre el territorio ocupado por Israel en la guerra de 1967. Ahí no acaba el cuento, la salida de ahora fue propiciada por una resolución aprobada a mediados de octubre de 2016 por el Consejo Ejecutivo de la UNESCO, alusiva al Monte del Templo de Jerusalén, que ignoraría los vínculos históricos del judaísmo con la explanada de las mezquitas. Washington ha señalado su deseo de hacer efectiva su salida el 31 de diciembre de 2018, para quedar en condición de Estado observador permanente.
Los argumentos de Estados Unidos e Israel para abandonar la UNESCO son superficiales; como se sabe, durante la Guerra Fría ambos calificaron de pro soviética la narrativa de ese organismo especializado de la ONU. Hoy, sin conflicto bipolar, insisten en que la UNESCO está ideologizada y solo desearían verla como herramienta técnica para la preservación del patrimonio cultural de la humanidad. Sin embargo, otra es la realidad; la UNESCO ha sido siempre un santuario multilateral para la discusión libre de los temas que inquietan a la humanidad, un espacio que ha publicado las ideas y los libros de dirigentes anticoloniales y de intelectuales del mundo en desarrollo, que interpretan la historia mundial desde una perspectiva liberacionista y en ocasiones antiimperialista, muy distinta al análisis lineal que hace la historia atlántica del mundo anglosajón. Ese es el pecado capital que Washington e Israel no perdonan a la UNESCO.
Internacionalista