En el aniversario 130 del nacimiento de Martín Luis Guzmán (6 de octubre de 1887- 22 de diciembre de 1976) y con la campaña de la sucesión presidencial en marcha, es oportuno recordar las primeras líneas de su novela más popular, La sombra del caudillo:

El Cadillac del general Ignacio Aguirre cruzó los rieles de la calzada de Chapultepec y, haciendo un esguince, vino a parar junto a la acera, a corta distancia del apeadero de Insurgentes.

Saltó de su sitio, para abrir la portezuela, el ayudante del chofer. Se movieron en el cristal, con reflejos pavonados, trozos del luminoso paisaje urbano de aquellas primeras horas de la tarde —perfiles de casas, árboles de la avenida, azul de cielo cubierto a trechos por cúmulos blancos y grandes…

Y así transcurrieron varios minutos.

En el interior del coche seguían conversando, con la animación característica de los jóvenes políticos de México, el general Ignacio Aguirre, ministro de la Guerra, y su amigo inseparable, insustituible, íntimo: el diputado Axkaná. Aguirre hablaba envolviendo sus frases en el levísimo tono de despego que distingue al punto, en México, a los hombres públicos de significación propia. A ese matiz reducía, cuando no mandaba, su autoridad inconfundible. Axkaná, al revés: dejaba que las palabras fluyeran, esbozaba teorías, entraba en generalizaciones y todo lo subrayaba con actitudes que a un tiempo lo subordinaban y sobreponían a su interlocutor, que le quitaban importancia de protagonista y se la daban de consejero. Aguirre era el político militar; Axkaná, el político civil; uno, quien actuaba en las horas decisivas de las contiendas públicas; otro, quien creía encauzar los sucesos de esas horas o, al menos, explicarlos.

Por momentos el estrépito de los tranvías —fugaces en su carrera a lo largo de la calzada— resonaban en el interior del coche. Entonces los dos amigos, forzando la voz, dejaban traslucir nuevos matices de sus personalidades distintas. En Aguirre se manifestaban asomos de fatiga, de impaciencia. En Axkaná apuntaba una rara maestría de palabra y de gesto, sin menoscabo de su aire reflexivo, lleno de reposo.

Ambos redujeron a conclusiones breves el tema de su charla. Dijo Aguirre:

—Quedamos entonces en que tú convencerás a Oliver de que no puedo aceptar mi candidatura a la Presidencia de la República…

—Por supuesto.

—Y que él y todos deben sostener a Jiménez que es el candidato del Caudillo…

 

Novedades en la mesa

Con Lo que no te mata te hace más fuerte (Destino), primera novela de David Lagercrantz que continuó la saga Milennium del sueco Stieg Larsson, a la muerte del autor, los lectores sintieron un cambio de tono, cierto acartonamiento y algo de magia perdida. Sin embargo, los fieles admiradores de la heroína Lizbeth Salander han vuelto a las librerías por El hombre que perseguía su sombra (Destino), la más reciente entrega, donde Lagercrantz dice sentirse más cómodo que al escribir el libro anterior, cuando enfrentó el reto de continuar la historia sin decepcionar a los más de 300 millones de lectores de  Larsson.