“..De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España,

porque termina mal…” Jaime Gil de Biedma, Escritor

Madrid.- En escasos siete minutos, el Jefe del Estado, Felipe VI, habló: vivimos momentos muy graves, hay deslealtad, conductas irresponsables y antidemocráticas; actuaciones al margen de la ley, la sociedad está fracturada y hay riesgos para la económica de seguir así. Pero estén tranquilos “españoles”, “la Corona” garantiza que saldremos bien porque lo merecemos.

Por fin, el monarca apareció – vestido de azul oscuro con corbata roja – para lanzar un mensaje de”serenidad”. Pero sin referirse a los escraches y a las arremetidas de la Guardia Civil y Policía Nacional contra los votantes que usaron como escudos a sus hijos que llevaban de la mano o en hombros.

En su discurso definió claramente su posición: todo dentro de la ley marcada en la Constitución del 78. De los escraches, empujones, porrazos, nada. Tampoco de los 850 heridos, uno de los cuáles recibió un tiro de goma en el ojo y otro sufrió un infarto sin mayores consecuencias.

No hay por tanto, de qué preocuparse.

Sus palabras fueron acogidas con aplausos y críticas, según el caso. A los independentistas les pasó de noche. La prensa escrita se volcó en halagos para el Borbón, salvo excepciones. El resto de España escuchó y se sintió confortado… una voz serena…

Tendrá que mojarse una vez más, o varias, porque el problema va para largo. En la semana hubo paros, plantones, huelgas en servicios públicos y algunos uniformados fueron rodeados en un hotel y tuvieron que echar porras: “viva España, viva Cataluña”, para salir bien. El miércoles regresaron a sus cuarteles.

El Parlament puede reunirse este domingo o ya lo hizo. Con base en la ley de “transitoriedad jurídica” que aprobó, proclamará la independencia para crear la República de Catalunya.

Simultáneamente y desde fuera, nos apalean sin remedio. Somos terreno abonado, fértil, para recibir insultos de los más conspicuos y de los ultra-derechistas xenófobos. No paran.

“Rajoy matón e intransigente”, cabecea el New Times; “Mafia, turba violenta con actitudes similares a los nazis”, despotrica contra los separatistas Rafael Hernando, portavoz del PP en el Congreso. En el Parlamento Europeo, Nigel Farage de la ultra-fascista afirma, indignado el hombre, que “el Gobierno español la emprende contra ciudadanos pacíficos”. ¡Tan democrático él!.

La Unión Europea, el Tribunal de Estrasburgo, el Parlamento Continental, afilan sus armas para descargar mordiscos desde la barrera.  Somos el objetivo ideal de quienes buscan tribuna para lanzar sandeces en un momento apropiado.

El President asegura que irá a cualquier reunión política que se le cite para resolver el problema que él y sus amigos del PP han creado. Pero pone dos condiciones: formar una comisión internacional y que no se desconvoque el referéndum “en donde la gente votó en un 90% por el sí”.

Carles Puigdemont mini valora la inteligencia de sus oponentes que son la legalidad y el Estado de Derecho. Aunque tenga razón en que los métodos utilizados por el Gobierno Central fueron desmedidos, impropios de una autoridad semejante.

El nombre de España recorre otros organismos internacionales donde hay más mesura y equilibrio. Por lo pronto, la ONU, la OEA y los gobiernos principales del planeta sólo han emitido un juicio ambivalente: hay que respetar las leyes.

Los políticos españoles no encuentran la manera de tranquilizar el ambiente. Los líderes de los partidos, menos Podemos, se reúnen con Mariano Rajoy para mantener las normas institucionales. Sin embargo, inmediatamente después, el PSOE ataca al gobierno y le reprocha la intervención policíaca en aquélla Comunidad.

Aprovecha la socialista Margarita Robles para meter en el ajo a Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta, para que explique en el Congreso de los Diputados cómo fueron las cosas. La intención es clara: involucrarla para restarle simpatías en la carrera hacia la Moncloa.

En este desbarajuste puede correr la sangre. Así de claro, olvidemos los subterfugios y sopesemos la realidad. No es posible mantener la tensión hasta límites insólitos. Nadie da marcha atrás y poco interesa los que están a tu lado o en contra.

El razonamiento se convierte en martirologio y usan la Constitución para dar mamporros por doquier. Estamos a punto de que la historia se repita. Los extremos hacen sonar los tambores, hay una terrible confusión; disminuye la función cerebral para dar paso a sentimientos contaminados por la furia.

Unos y otros denuncian actos vandálicos. Mandan por escrito a los jueces las acusaciones que consideran oportunas, en abundancia. Pueden imponerse multas entre 40.000 y 600.000 euros por “actos indebidos”.

En su camino hacia el separatismo ilegal, la Generalitat informa que votaron 2,650.426 personas por el Sí y 176.566 por el No. ¿Quién lo avala?, no hubo funcionarios en los Colegios Electorales; ellos mismos contaron y se recontaron. Todo en sus manos, en la euforia del secesionismo que salpica, desgraciadamente, a gran cantidad de jóvenes entusiastas a los que auguran una vida mejor, “sin cadenas”.

Los principales sindicatos, UGT y Comisiones Obreras, no respaldan ningún movimiento a favor de la independencia de Cataluña.  José Álvarez y Unai Sordo, respectivamente, declaran que hacerlo sería darle fuerza al “neoliberalismo salvaje”.

Las redes sociales reflejan la actualidad con imágenes y comentarios chuscos y agresivos. Los descendientes del falangismo dicen que los catalanes tienen “hispanofobia” y otros ponen a Rajoy en brazos de la canciller Merkel “lo que tú digas, Ángela…”

Es una desolación.

Pide don Mariano dar explicaciones en el Pleno de los Diputados, cosa nunca antes oída. Sería mejor que presentara su renuncia junto a la de Carles para que las cosas volviesen a la normalidad. Por lo menos, que no se presente a nuevas elecciones generales porque las perderá.