Espléndido narrador, longevo (1904-1991) y prolífico (unos 50 libros, 31 de ellos novelas), Graham Greene, como buen informante de la vida, cultivó el misterio tan inglés de la dualidad espía-narrador. Le debemos una dura visión del México cristero en El poder y la gloria (1940), entrañables historias de espionaje (El americano impasible, 1955, Nuestro hombre en la Habana, 1958), reflexiones existenciales (Un caso acabado, 1961) y divertidos libros de viaje (El tren a Estambul, 1932; Viajes con mi tía, 1969). Detrás de esa gran montaña de letras hay una todavía más alta, la de sus lecturas. Transcribo una parte del prólogo a su libro de ensayos La infancia perdida y otros ensayos (Seix barral 1986):

Tal vez solo en la infancia los libros ejercen una influencia profunda en nuestra vida. En la vida posterior los admiramos, nos entretienen, podemos modificar criterios que ya sustentamos, pero es más probable que encontremos en los libros únicamente una confirmación de lo que ya ocupa nuestra mente: como en una relación amorosa, son nuestros propios rasgos los que vemos reflejados halagadoramente.

Pero en la infancia todos los libros son textos de adivinación que nos hablan del futuro y, al igual que la pitonisa que ve en las cartas un largo viaje o una muerte en el agua, influyen en nuestro futuro. Supongo que es por eso que los libros nos excitaban tanto. ¿Qué extraemos hoy de la lectura que pueda equipararse a la emoción y la revelación de aquellos catorce años primeros? Por supuesto que me interesaría la noticia de que esta primavera iba a aparecer una nueva novela de E. M. Forster, pero nunca podría comparar esta suave experiencia de placer civilizado con el paro cardiaco, el júbilo horrorizado que sentía cuando encontraba en el anaquel de una biblioteca una novela de Rider Haggard, Percy Westerman, Captain Brereton o Stanley Weyman que todavía no había leído. No, es en aquellos años tempranos donde yo buscaría la crisis, el momento en que la vida cobró un nuevo sesgo en su itinerario hacia la muerte.

Recuerdo claramente la celeridad con que una llave giró en una cerradura y descubrí que sabía leer, no solo las frases en un cartón con las sílabas acopladas como vagones de tren, sino un libro de verdad. Tenía una portada con el dibujo de un chico atado y amordazado, colgando del extremo de una cuerda en el interior de un pozo con el agua más arriba de la cintura: una aventura de Dixon Brett, detective… el futuro se alineaba en derredor en múltiples estanterías a la espera de que el niño eligiera: la vida de un perito mercantil, quizá, de un plantador en China, un trabajo estable en un banco, felicidad y desventura, a la postre una forma determinada de muerte, porque indudablemente escogemos nuestra muerte del mismo modo que elegimos nuestro trabajo. Se desprende de nuestros actos y nuestras evasiones, nuestros miedos y nuestros momentos de valor…

 

Novedades en la mesa

Ya circula el primer ejemplar de la revista Textos, nueva época (número 1, año 1, abril-junio de 2017) con su doble portada de número doble y contenido de narrativa, poesía y arte. La dirige Aarón Quintero Pérez.