“…Nuestros cerebros idiotas nos inclinan a acatar las opiniones de los estúpidos…” Rosa Montero, escritora

Madrid.- Con la independencia a cuestas, el peregrino vagamundo Carles Puigdemont empieza su campaña electoral en Bruselas: “España es un Estado que da miedo… abusa, reprime la libertad, es antidemocrático, viola leyes, no respeta los derechos humanos, maltrata, indigna, limita libertades…”, y lo que desee agregar en las próximas horas.

Lo hace desde el Palacio de Bellas Artes de la capital europea donde acude vitoreado por 200 alcaldes de los 920 que hay en Cataluña, en uno de los innumerables actos que programa a diario con precisión.

Se está convirtiendo en un militante contra “la España negra” tan de moda cuando apetece a los ultras de todos los rincones del continente.

“No queremos vivir en ese país, no tenemos nada que ver con él…”, agrega. Porque “golpea”, añade.

El gerundense es un triturador de huesos ibéricos que reniega de cualquier contacto que pueda envenenar su sangre catalana. Es un manantial de agua limpia y fresca; su piel inmaculada no soporta a los españoles que “nos mantuvieron como esclavos”.

Verlo es todo un espectáculo. Camina de puntillas y, como pájaro carpintero, pica de aquí y brinca enfrente, siempre cuidado por flamencos y algunos turistas.

Habla en nombre de toda Cataluña y es el abanderado de la verdad única sin más dueño que él. La esencia de lo puro.

Para sus compañeros de viaje representa al nacional-catalanismo que recorre praderas y campos sin mancharse. Lo que pregona es lo auténtico, elixir para los que huyen de la maldad del mundo.

Pero no está contento. Ya puestos en faena clama: “Se pierde democracia y libertad en Europa”, abunda el prócer en un alarde de malabarismo insólito.

¡Hala!, ahora resulta que es necesario, sin demora alguna, rescatar a Europa de los malos gobiernos que tiene y que le han dado de comer.

Un territorio que le permitió transgredir la ley en una sesión del Parlament que convirtió en escenario de violencia verbal y, en medio de irregularidades, aprobó un referéndum y la ley de transitoriedad jurídica violando las normas institucionales.

Sin embargo, ha sacado a España al mundo, otra vez, sin quererlo y en contra de él mismo. Hasta hace poco, de este país se decía poco. Ahora somos una nación totalitaria. Cosas del neoliberalismo que cumple con su deber político y a nadie gusta. Don Mariano respeta la Constitución pero destroza ilusiones y hace más difícil la vida aunque engorda a unos pocos con muchos billetes de a cien.

Los partidarios de la independencia irán a las elecciones juntos en una sola planilla o en dos. En cualquier caso, ahí estarán los nombres de Carles y de Oriol Junqueras. Uno, parlanchín en Bélgica y el otro en prisión, a quien el Tribunal Supremo podría poner en libertad en cualquier momento.

La gente intuye que estos dos personajes empiezan a convertirse en rivales con un mismo fin: conseguir el viejo anhelo separatista que está latente desde hace más de tres siglos.

Quema tanto el asunto que sobrevive, en oronda libertad, el clan Pujol, una famiglia olvidada pero que tiene deudas con la nación debido al 3% que cobraba por autorizar obras públicas. Don Jordi, recordemos, se hizo millonario y mandó el dinero a Andorra donde duerme plácidamente.

El problema tiene ya caracteres alarmantes. En el último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el más creíble de todos, la preocupación por el independentismo aumentó en un 200% y se sitúa en segundo lugar después del paro, que sigue como líder absoluto.

En la radio y televisión catalanas se explica, en horario infantil, el por qué de la razón del independentismo. Con todo lujo de detalles, los niños asimilan que si no ocurre, quedarán a la intemperie, a merced del Estado que nunca fue suyo, depredador, entonces.

Todo indica que el gobierno ha suavizado el 155 y que ya tiene miedo a sus efectos y consecuencias. La mesa directiva del Parlament fue citada el 9 de este mes para que declarase sobre presuntas violaciones a la ley y, seguramente, sus miembros quedarán en libertad condicionada, pero no irán a la cárcel.

Quizá sea un guiño más de Mariano Rajoy para que “vuelvan a la realidad” y dejen a un lado tan utópico propósito.

En estos momentos, la sociedad confunde, como en tantos otros, el caudillaje con la aplicación de las normas constitucionales.

A cada rato, meten a Franco en todos los guisos para calificar a un gobierno que, poco flexible, tiene la razón en la mano escrita en el 78 y aprobada por la mayoría de los españoles. De esto nadie duda, y el que lo hace tiene malos propósitos, desea confundir, enturbiar las aguas de la convivencia y dar al traste con los asentamientos democráticos que nos hemos dado.

En el trayecto nos enredamos hasta con el color de la camiseta de la selección de futbol. La nueva tiene algún tinte azul que algunos ven morado y protestan enérgicamente porque es el símbolo de la república. Otra payasada más. Algo que nos entretiene para no portarnos como es debido.

La follie, mon ami…