Gracias a Dios no todo es Trump, y mientras se resuelve (el verbo es optimista) el mazacote electoral, la prensa nos trae para entretenernos un pleito de lo más emocionante entre el Estado Español y la Generalitat de la República flamante de Cataluña. No se crea que soy antiespañol, aunque me temo que mi sangre es más purépecha que ibérica; y como nacido allá durante la utopía de Tata  Lázaro, admiro el noble experimento que fue la República Española tan afín a lo mejor de la mexicana, y odio con odio jarocho a Francisco Franco, encarnación de la más turbia derecha, de allá y de aquí.

Pero creo que lo de Catalunya (como lo escriben los catalanes) va más allá de las ideologías y tiene que ver con un extraño fenómeno histórico de lo más europeo y que es la ruptura de Estados nacionales formados por la fuerza por reyes, por dinastías que impusieron su poder central. Hablamos de reyes, pero quizá fuera más claro hablar de ciudades, comenzando con Roma, que reorganizaron el territorio de Europa.

Ciudades hegemónicas como París en lo que sería Francia, Londres en la Isla, Toledo y luego Madrid en lo que se convertiría en España  y años después lo harían el Berlín de Bismarck o la Roma del “risorgimento” garibaldino.

Y los parisinos impusieron su lengua donde terminó siendo oui y no oc como se decía en el sur. Y el inglés del rey venció al rudo escocés y al lírico irlandés y a la demencial lengua de Gales. Tan demencial como eso misterioso que hablan los vascos a quienes no entiende ni Dios.

Y menciono a los vascos que ahora se han revelado como simpatizantes de la causa catalana tras tantos años de pugnar por su propia independencia de una Castilla que el gran Unamuno  definía como “Castilla miserable, ayer dominadora, desprecia cuanto ignora…”.

Y a  los vascos con sus prósperas ciudades bancarias como Bilbao y la espléndida San Sebastián se suman ahora los gallegos tan melancólicos y migrantes de siempre, con su morriña y su lengua tan portuguesa que sueñan con su propia libertad del yugo de Madrid.

Parecería que el modelo de organización en Estados nacionales dominados por una región hegemónica como la “isla de Francia” o la soberbia Londres se ha debilitado en un tiempo en el que paradójicamente (parajódicamente, hubiera dicho Emilio García Riera) Europa por fin se unió en un orden supranacional con moneda única y libertad de movimientos y de comercio.

Y el nuevo modelo sería el de un complejo rompecabezas de regiones como Cataluña, la “Padania” o sea el norte de Italia, o Bretaña, Córcega y Occitania en lo que hoy conocemos como Francia. Este modelo asusta a los dirigentes europeos en la burocrática Bruselas en una Bélgica que en una de esas se parte en dos mitades, una flamenca y otra de expresión francesa.

“¡Que follón¡”, dirían los madrileños, lo que no puede pasar en México mientras no se debilite el feroz centralismo chilango que a querer y sin ganas nos tiene unidos desde los tiempos de la Gran Tenochtitlan. Alguna ventaja tenía que tener.