Con gran pena me enteré del fallecimiento de Rosario Green, ocurrido el pasado día 25, apenas unas cuantas horas después de que yo  llegué a Bucarest para tomar posesión de mi cargo como  embajador de México en Rumanía. No hacía mucho que tuve comunicación con ella para informarle de esta nueva encomienda y recuerdo que le dio mucho gusto, en particular porque lo vio como resultado de todo un ciclo de aprendizaje profesional, en el que cumplió con esmero su papel de maestra y guía. Vistos en retrospectiva, los años en los que tuve la suerte de ser su alumno y colaborador fueron muy enriquecedores. De su brazo, tuve la oportunidad para conocer la singularidad del trabajo político y diplomático, la seriedad y compromiso con los que debe realizarse y, en especial, la importancia de que la buena fe sea siempre la plataforma del diálogo constructivo que busca el acuerdo.

A la embajadora Green la vi desenvolverse con naturalidad y gran clase en diferentes escenarios, lo mismo en la academia que en los foros parlamentarios y diplomáticos, donde su voz gozaba de autoridad por su congruencia y conocimiento de las diversas materias. Clara y contundente en las negociaciones, expresaba su agrado o desaprobación de hechos concretos con argumentos sólidos y siempre con el afán de explorar caminos e identificar fórmulas innovadoras de avenimiento. Ella fue una constructora natural de acuerdos para la paz.  Lo mismo con Estados Unidos que con los países centroamericanos que vivieron situaciones de conflicto, Rosario invitó al diálogo, llamó siempre a las cosas por su nombre  y tuvo el mérito de articular voluntades no siempre convergentes alrededor del objetivo de superar desencuentros y sentar bases de entendimientos viables y perdurables.

Como funcionaria de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en su condición de directora del Instituto Matías Romero, en calidad de subsecretaría de Relaciones Exteriores y posteriormente titular del ramo, ejerció sus responsabilidades con altura de miras y con la certeza de que México es un gran país, que cuenta con los activos  necesarios para proyectarse de manera eficaz en el escenario mundial. Esa misma altura de miras fue la que le permitió  presentar y defender en la tribuna senatorial iniciativas útiles para la política exterior de nuestro país y, también, el atributo que el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Boutros Ghali, reconoció en ella para designarla subsecretaría de asuntos políticos de la máxima organización internacional.

El legado de Rosario Green es enorme; su vasta obra académica, periodística, diplomática y política quedan como testimonio silente para que las nuevas generaciones de internacionalistas abreven de las enseñanzas de una mexicana excepcional. Compleja, exigente y crítica, pero profundamente humana, Rosario Green nos deja lecciones inolvidables y el imborrable recuerdo de una amiga que fue mujer de Estado.

Internacionalista