Uno de los temas más comentados a finales del 2017 fue la decisión del gobierno estadounidense, que encabeza Donald Trump, de eliminar la regulación sobre la “neutralidad” de la Red. Dicha regulación fue aprobada por sus antecesor Barack Obama en 2015, por lo tanto, la presunta neutralidad no habría durado ni dos años. La Red no ha sido, no es y no será “neutral”, porque se ha convertido en un arma muy poderosa que se disputan las grandes corporaciones en convivencia con los estados más poderosos.

La decisión estadounidense copó los titulares del planeta y nuevamente se avivaron las “viejas”  (la Red no tiene ni cincuenta años) discusiones sobre la presunta neutralidad. Fue a mitad de la década de los noventas que el internet creció de forma masiva hasta alcanzar, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) el cincuenta por ciento de la población mundial en nuestros días y se espera que para 2020, por lo menos la mitad del otro cincuenta por ciento que falta esté conectada.

Su crecimiento es imparable y su importancia fundamental para el desarrollo de la mayoría de las actividades humanas. Cuando el internet nació (por encargo militar) en Estados Unidos en la década de los sesentas, su desarrollo sólo interesaba a unos cuantos privilegiados de la academia, la investigación y las ciencias, es decir las universidades y algunas instituciones gubernamentales. Fue hasta la década de los noventa cuando se abrió a otros sectores de la sociedad. La apertura nunca fue clara, un servicio público o comercial. La interrogante varia en cada país, pero sin duda es Estados Unidos, país que domina la expansión de la Red, donde la regulación más impacta y trasciende a nivel mundial.

Los primeros beneficiarios de la operación de la Red en Estados Unidos y en los países occidentales, fueron las grandes compañías de telecomunicaciones, pero este nuevo siglo, el escenario cambió. Las personas que crecieron desarrollando esta tecnología, fundaron las nuevas compañías que dominan ahora la Red. Las famosas OTT (Over The Top), Google, Facebook, Amazon, Netflix, Apple, entre las más importantes.

Estas compañías dominan la Red y las viejas empresas de telecomunicaciones ahora están inconformes, ya no les gusta tanto el tamaño del pastel que se están comiendo. Las empresas de telecomunicaciones argumentan que ellas son las que invierten en la infraestructura de la Red y en cambio las OTT se mantienen con una estructura de costos inferior, manteniendo sus plataformas. Es aquí donde otro mito genial hace agua, la presunta autorregulación del mercado.

La “regulación” que impulsó la administración Obama, fue forzada por el escándalo de espionaje a sus ciudadanos que desveló Edward Snowden en junio de 2013. El famoso “un bit es un bit” y todos los bits nacen igual, sólo fue recurso propagandístico para diluir el escándalo. Esta regulación, sin embargo, en el ámbito comercial busca un tímido intento por garantizar una competencia comercial “justa”, es decir que las empresas que no tuvieran dinero para pagar un acceso prioritario a la Red, pudieran acceder con la misma velocidad.

El grueso de los mortales sabemos que esto no funciona así, el acceso y la velocidad a la Red depende fundamentalmente del componente económico. Puedes tener fibra óptica, anunciarte en primera fila, subir videos en alta definición, escuchar música sin comerciales, siempre que pagues por ello.

Por lo tanto, el acceso a la Red siempre ha estado condicionado por las reglas del mercado. En el papel y dependiendo la legalización de cada país, lo que sí está garantizado es el derecho a acceder a este servicio y a circular o recibir información. Las escuelas, las bibliotecas, entre otros instituciones públicas así lo constatan.

Sin embargo, el grueso de la población accedemos a la Red de manera privada a través de los servicios que ofrecen las empresas operadoras. Las operadoras y las OTT son las que “administran”, el grueso de la información que proporcionamos, consciente o inconscientemente.  Nuestros datos personales.

¿Qué uso le dan a ellos? No lo sabemos con exactitud, pero lo imaginamos al constatar la tendencia que nos inunda en propaganda comercial y política. Es de sobra conocido que casi nadie lee los mamotretos sobre “términos y condiciones” sobre los productos que bajamos o que utilizamos en la Red. Así que la mayoría estamos conectados a las decisiones o políticas que estas corporaciones diseñan.

Dicen los expertos que ahora muchas de las decisiones que se toman o se tomarán sobre aspectos que afectan las vidas de las personas, dependen cada vez más de los “algoritmos” que producen y desarrollan estas grandes corporaciones. Depende de nosotros y la presión que hagamos a los Estados y gobiernos, para generar las leyes y las normas que garanticen, más que la “neutralidad” de la Red, la plena vigencia de nuestros derechos fundamentales, entre los cuales está el de la información.