El 2017 fue para el mundo el mal año de Trump, es decir, cuando, arrogante, tiene toda la fuerza y el apoyo que lo llevó a la presidencia norteamericana, a lo que antes llamaba la propaganda yanqui “el liderato del mundo libre”, algo que me imagino que ya nadie dice. Tomando en cuenta que el mundo ha cambiado tan dramáticamente que ya es otro, y donde Estados Unidos tiene una importancia muy disminuida toda vez que China le disputa el poderío económico y Rusia vuele a ser potencia, mientras que Europa se niega a ser ninguneada por el pedante multimillonario cuyos millones no le quitan lo vulgar.

 En 2017 todo estaba a favor de Trump comenzando con la sorpresa de su triunfo inesperado así como las naturales ilusiones de los republicanos de regresar a un poder que tenían tanto tiempo de haber perdido, así como las esperanzas de ese núcleo duro de su electorado que encontraba por fin en Trump a un vocero para sus frustraciones. Millones de norteamericanos creían con ingenuidad que sería sencillo que America fuera grande otra vez como lo proclamaba Trump y apoyaron sus medidas por más descabelladas que parecieran.

Con su fuerza inicial Trump se lanzó a destruir la herencia de Obama y conquistas de los demócratas en materia social pero no pudo lograrlo aunque sí “embrocó” —diría un político mexicano de los de antes— en una aventura legislativa y fiscal que ha tenido un alto costo político cuando la gente menos favorecida se dé cuenta de que los grandes beneficiarios de la reforma de Trump serán los del famoso 1 por ciento de la población, y es que Trump gobierna por y para los superricos, los de su clase.

Pese a sus bravatas, realmente Trump ha hecho pocas cosas, pero se ha enemistado con muchos antiguos aliados. Ligado a los supremacista blancos, a toda esa White trash maleducada y racista, al mismo ku-klux-klan que lo apoyó ruidosamente, enemigo de México, ahora resulta que le ha vendido (y además por un puñado de dólares) a los sionistas que quieren resucitar el imperio del rey David y proclamar a Jerusalén, ciudad santa también para los cristianos en la capital indivisa de Israel, aunque agraviando a los palestinos atraiga la ira de más de mil millones de musulmanes que tienen en Jerusalén uno de sus sitios más sagrados. Ira que a los europeos no reconforta, cuidadosos como han sido con el mundo islámico con el cual hay complejas interrelaciones económicas, políticas y humanas.

Todo esto nos hace pensar que 2018 debe iniciar el descenso de Trump en un año electoral cuando los republicanos deben regresar a su vieja respetabilidad aburrida y conservadora y dejarse embrocar por los desmanes de un loco, el cual ni siquiera era republicano porque la única ideología de Trump es el trumpismo, y eso, queridos lectores, es tan desechable como un kleenex.

Para México, que en 2018 cruza un año fatídico, la debilidad de Trump implica también la decadencia y caída de un curioso personaje: Yared Kushner, ultra ortodoxo sionista que es el yernísimo de Trump y gran amigo, se supone, de Videgaray y, por tanto, de Meade, y esto implica en el  juego del billar político una  carambola que  hará ruido cuando choquen las bolas.