Terminó 2017 con elecciones decembrinas en Cataluña (21D) que pretendían dar una salida política al tedioso escenario que implica el desafío independentista. El escenario apenas y se movió, una sociedad dividida por la mitad y una percepción de incapacidad política en los principales actores, sobre todo en los líderes de las élites en disputa, dignos representantes de la era de la posverdad.

El Estado español, luego de la intentona independentista de tratar de proclamar vía rápida la ¨República Catalana¨ se hizo con el control real de esta Comunidad Autónoma, aplicando el artículo 155 de la Constitución y de inmediato convocó a elecciones. Los comicios generaron muchas expectativas sobre todo por la gran participación (82% del padrón electoral).

Sin embargo, los resultados no dejaron satisfechos a nadie. Los partidos independentistas, si logran mantenerse unidos, en conjunto siguen teniendo una raquítica ventaja en el Congreso (68 escaños de 135 posibles). El gran ganador de la contienda fue el partido de centro-derecha Ciudadanos, que se colocó como la primera fuerza política en Cataluña, con mayor número de votos y también de escaños (un millón 102 mil 99 votos, 37 escaños). Con ello, este partido rompe el tradicional dominio nacionalista catalán y a nivel de toda España, le disputa abiertamente el poder a la derecha tradicional del Partido Popular (PP).

Los números también mostraron una cosa, en dieciocho años, el independentismo catalán, no ha podido superar el 48% de los votos en casi dos décadas. La izquierda catalana y española también ha quedado en evidencia, el Partido Socialista, apenas rebasó los 600 mil votos, mientras que Podemos y las confluencias, sólo obtuvieron poco más de 300 mil. La sociedad catalana, como la española, es en su mayoría conservadora.

En lo económico, el Estado no sólo controla ya las estructuras catalanas, además, el sector empresarial mostró de qué lado se encuentra cuando las cosas se ponen feas. Desde el famoso referéndum del primero de octubre pasado, más de tres mil empresas han cambiado su “sede social”.

En ese contexto, este año será muy difícil, ya que no se vislumbra voluntad política de cambiar el escenario. En el poder central, un presidente de gobierno, Mariano Rajoy, que ya advirtió que no se moverá de su estrategia de legalidad, es decir nada que ponga en riesgo la “unidad de España”. En el otro lado, un ex govern, Carles Puigdemont que, desde la comodidad de su exilio en Bélgica, sueña incluso con gobernar a través de una pantalla de plasma, antes que ceder ante alguna opción distinta.

El surrealismo no termina de irse en el escenario español y la cuestión catalana. En febrero se llevará a cabo el Mobile World Congress, con más de cien mil asistentes de todo el mundo y Barcelona, la capital catalana, estará otra vez en el centro del escrutinio internacional.