“…acuérdate de mí, soy Pía; / Siena me hizo y me deshizo Maremma: / bien lo sabe / el que me desposó con su gema”. Este verso de Dante (Purgatorio) inspiró a William Somerset Maugham (nacido en la embajada británica de París el 25 de enero de 1874-Niza, 16 de diciembre de 1965) la novela El velo pintado, que apareció por entregas en una revista y que se popularizó con la versión cinematográfica (John Curran, 2006). “Pía era una dama de Siena cuyo marido, que sospechaba que ella le era infiel pero no la asesinaba por temor a la reacción de su familia, la llevó a su castillo de Meremma convencido de que los aires nocivos del lugar obrarían el mismo efecto; pero tanto tardaba ella en morir que el hombre se impacientó y mandó defenestrarla…”

Aquí las primeras líneas de la novela (Bruguera, 2007, trad. Eduardo Iriarte).

Ella soltó un grito de temor.

—¿Qué ocurre? —preguntó él. A pesar de la oscuridad que reinaba en la habitación, cuyas contraventanas estaban cerradas, alcanzaba a distinguir su expresión de susto.

—Alguien ha intentado abrir la puerta.

—Bueno, debe de haber sido el ama, o alguno de los criados.

—Nunca vienen a estas horas. Saben que después del almuerzo siempre duermo la siesta.

—¿Quién iba a ser, si no?

—Walter —susurró ella con labios trémulos.

Señaló sus zapatos, y él intentó ponérselos, pero su nerviosismo —la inquietud de ella empezaba a afectarlo— lo entorpecía, y además le venían más bien estrechos. Con un leve bufido de impaciencia, ella le alargó un calzador, se cubrió con un kimono y, descalza, se acercó al tocador. Cogió un peine y, antes de que él se atara el cordón del segundo zapato, se atusó el desordenado cabello cortado a lo garçon. A continuación le tendió la chaqueta.

—¿Cómo voy a salir ahora? —preguntó él.

—Más vale que esperes un poco. Me asomaré para ver si todo está despejado.

—Es imposible que sea Walter. No sale del laboratorio hasta las cinco.

—¿Quién, entonces?

Hablaban en voz muy baja. Ella temblaba, y la idea de que sería incapaz de conservar la calma en una emergencia lo exasperó. Si no estaban a salvo, ¿por qué diablos le había dicho lo contrario? Ella contuvo la respiración y lo agarró del brazo. Él siguió la dirección de su mirada de tal modo que ambos quedaron de cara a las ventanas que daban a la galería. El pestillo de las contraventanas estaba echado. Vieron girar lentamente el pomo de porcelana blanca. No habían oído pasos en la galería, y aquel movimiento silencioso los dejó petrificados. Transcurrió un minuto sin que sonara el menor ruido. Entonces, con el espanto que provoca lo sobrenatural, advirtieron que el pomo de porcelana blanca de la otra ventana giraba también, con el mismo sigilo, mudo y aterrador. Tan escalofriante era aquella visión que Kitty, a punto de perder los nervios, abrió la boca para gritar; sin embargo él se apresuró a tapársela con la mano, y el chillido quedó ahogado entre sus dedos…

Novedades en la mesa

En su más reciente novela, John Le Carré retoma a su personaje más famoso, el espía George Smiley. Se trata de El legado de los espías, que aparece con el sello editorial de Planeta.