Empezar un nuevo año puede significar un reto considerable. Hay quienes pueden terminar un ciclo, cualquiera que éste sea, hasta con alegría, sobre todo si se han cumplido más o menos las expectativas. Todo inicio, en cambio, guarda la inquietud de lo que viene, de lo desconocido. Esto es lo que suele ocurrir en los fines de año. ¿Qué es lo que nos depara el destino?

Viene un año de elecciones en México, no sabemos quién va a quedar en “La Grande” de entre los festivos precandidatos que nos aparecen en los medios, tanto de los partidos políticos como los “independientes”.

México es un país grande todavía, dueño de una economía nacional importante. Es llamativo, económica y políticamente, para Centro y Suramérica. Para los del norte, es otra cosa. Canadá, a la distancia, puede ver a México como un mercado de 120 millones de habitantes o un probable aliado, quién sabe, en el forcejeo comercial con Estados Unidos. Éste, convenenciero, se maneja solo. En la actualidad, ve a su vecino del sur no como un competidor o socio comercial sino como una piedrita en el zapato.

¿Y México cómo ve a las otras naciones? Esta es la incógnita. Con eso de que las perspectivas nacionales parecen cambiar sexenalmente, no se sabe bien a bien. Aunque está la manoseada teoría de “más de lo mismo”. Venga quien venga, la realidad de México no cambia…, los mismos problemas y la misma manera de enfrentarlos.

Confieso que no soy de los que creen (ingenua, entreguistamente) en el “cambio”. El cambio ¿a qué? El cambio por el cambio puede ser de tintes catastróficos. En nuestros días, gracias a la simultaneidad de las llamadas “redes sociales”, llenas de ocurrencias que parecen inofensivas, pero que no lo son: tienen el poder de crear un sentimiento colectivo que, casi siempre, viene de la ignorancia, de lo que se les ocurrió decir acerca de algo o de alguien, sin prever su certeza. De modo que se forman aludes de reacciones hacia cualquier lado, por ejemplo, una dirección negativa, falsa, ciega.

Me sorprendo cada vez que leo u oigo a alguien decir que lo que se espera es que la “izquierda” actúe con justicia, equilibrio y “con las mejores causas”. ¿Por qué? Para mí la palabra “izquierda” significa una ubicación, y puede estar en la correcta o en la incorrecta por igual. Quien actúa desde la “izquierda” puede ser tan abusivo, delincuente, racista, etc., o, en su caso, tan acertado como cualquier otro. ¿El Gulag no se identifica en la “izquierda”?

Con la definición aquella, cada quien pondrá el rostro que le convenga al “enemigo” o al “salvador” de México. Esta decisión es la más peligrosa. Términos desesperados que no generan ningún resultado benéfico. Cosas como ésta nos pueden acercar al desfiladero: que muchos, sin embargo, confunden con la tierra prometida. En efecto, los mexicanos no vemos más que a Dios o al Diablo en nuestro horizonte. Los “buenos” y los “malos”. La definición de unos y de otros varía con una facilidad que aterroriza. Así, se puede llegar a cualquier cosa, incluso a aniquilar, en una acción directa o indirecta.

En México se mata fácilmente, según lo vemos en los medios, en las calles, muy cerca de nuestras casas, o, para no pocos, en sus propias casas. Esto propicia un nerviosismo social. No se ve claro para dónde hay que escapar. Escapar, ¿será la palabra? ¿Cuál ruta es la salvadora? El colmo viene cuando nos damos cuenta de que no es posible hacer movimientos seguros. Experimentos como Cuba o Venezuela, entre otros de la región, de no ser tan lamentables y fracasados, serían para morirse de la risa. Lo incomprensible, hay mexicanos que dirigen sus ojos en estas direcciones fatales.

Doscientos años de independencia de México y no ha sabido encontrar las respuestas a sus necesidades. Y cuando parece que allí puede ser, los mexicanos mismos las echamos por la borda y nos hemos quedado…, creemos que con lo mejor, pero, vista la Historia Patria, no lo parece tanto.

No basta con decisiones, sobre todo ahora, unilaterales. No, porque dependemos de fuerzas que llegan de fuera, de Estados Unidos o de otro lado, que no se han sabido controlar. Independientemente de los diferentes grados de corrupción de muchos mexicanos, chiquitos y grandotes, no solo de sus gobernantes.

Estos temores de la calle podrían convertirse —espero firmemente que no— en una montaña que amenazara con sepultarnos en este año 2018.  No nos dejemos llevar por la desesperación de la desinformación o la necedad, que solo hacen buenas frases tercermundistas.

Felicidades, con la razón y la coherencia.