El tradicional optimismo del Año Nuevo no se corresponde en esta ocasión con la incertidumbre y temor que generan diversos eventos en toda la esfera. Sin menospreciar la complejidad y riesgo que significaron para la paz las diversas crisis de la Guerra Fría, ninguna fue, como la actual, resultado del relajamiento de la responsabilidad mundial por parte de una o más de las superpotencias, y de las tensiones inéditas que ello acarrea para un sistema internacional sustentado en el balance del poder. En el periodo de la segunda posguerra dicha responsabilidad fue, precisamente, la que dio estabilidad al mundo, no obstante el peligro que significaron el equilibrio del terror y la carrera armamentista.

El mundo de hoy, huérfano de Guerra Fría y rehén de nuevas tecnologías que impactan la industria militar, es tanto o más resbaladizo que el del calendario bipolar. A las nuevas amenazas a la paz y seguridad internacionales, entre otras el terrorismo, la delincuencia internacional organizada, la pobreza y la degradación ambiental, se añade la creciente desilusión de todos los pueblos con la actividad política y con la capacidad de las autoridades para conducir la vida social de manera armónica y justa.

Parafraseando a Winston Churchill, la democracia, no obstante ser un pésimo sistema de gobierno pero el mejor de los que existen, es cada vez más cuestionada por su incapacidad para responder a las notables insuficiencias del modelo económico neoliberal que la acompaña. No es por ello extraño que, en países europeos que antes estuvieron detrás de la cortina de hierro, se perciba cierta añoranza por los beneficios sociales del comunismo. Así, poco a poco, comienza a dotarse de contenido concreto la tesis según la cual el fracaso del socialismo real no puede interpretarse como la terminación de las reivindicaciones de los grupos menos favorecidos, ni mucho menos como argumento para idealizar la economía de mercado.

Desde que se derrumbó el Muro de Berlín, crecen la desazón por el presente y el desconcierto sobre el futuro, incluso el inmediato, no solo por las razones antes mencionadas, sino porque el orden liberal de la segunda posguerra también está siendo mermado por intolerancias religiosas, ultranacionalismos, políticas unilaterales y prácticas aislacionistas antagónicas a la globalización, que se traducen en vacíos de hegemonías regionales y universales, que afectan el balance del poder mundial.

Por si fuera poco, algunos líderes afectos a jugar con fuego avivan en diversas latitudes la posibilidad de que ocurran “accidentes” militares con potencial para detonar un conflicto mayor.

El horno no está para bollos y la paz se encuentra en vilo. El año que inicia convoca a transitar nuevos caminos y a ensayar fórmulas útiles al objetivo de reconstruir el sistema multilateral generado en 1945 en San Francisco.

La política de remendar las insuficiencias de la Organización de las Naciones Unidas no está dando resultados; lo que se requiere, y con urgencia, es fortalecer la seguridad colectiva sobre la base de un diagnóstico actualizado de la gobernanza global y de una estrategia que permita instrumentar, con criterios integrales, un nuevo y más brillante capítulo de la cooperación internacional para el desarrollo, tema angular de la paz cuya discusión es prioritaria y urgente.

Internacionalista