En el 85 aniversario del nacimiento de Sergio Pitol (Puebla 18 de marzo de 1933) transcribo las primeras líneas de “Semejante a los dioses”, uno de sus primeros cuentos, incluido en la colección Material de Lectura/UNAM (2007), con prólogo de Juan Villoro.

La celadora observó que sus ojos —¡y acostumbrada como estaba al paciente e incesante escrutinio del fluir de la descomposición, no logró reprimir la mueca de repugnancia que invariablemente le producían!— se posaban en la hoja amarillenta y sucia de un periódico dificultosamente levantado de la banca sobre la cual yacía. La vacilante mirada pareció prenderse de un trozo de papel entre cuyas arrugas, manchones y demás deterioros, destacaban unos signos que aprehendieron y unificaron los dispersos destellos de su atención, como si en cierta zona remota de la conciencia, se hubiera registrado una ligera fisura. Sorprendida, la celadora llegó a considerar la posibilidad de que dentro de aquella carne blancuzca hubiese surgido al fin un impulso que desde hacía tres años (desde aquella noche alucinante y trágica en que todo lo que bullía dentro de él se cumpliera, y en la cual su ser había sido colmado en toda la capacidad que le estaba permitido) tanteaba sorda e infructuosamente por emerger a la luz. Mas el impulso, si es que alguno pudo haber habido, se detuvo sin llegar a plasmarse en ningún movimiento determinado, vencido ante el primer obstáculo de los muchos que interrumpían una larga jornada. La incapacidad para sobrepasarlos explicaba el que ahora, a los trece años de edad, se encontrase allí, detenido, cercado, derrotado por un sino que lo había manejado desde que tenía uso de razón y de cuya manifestación primera había sido ese desbordado, abominable empleo de la memoria con que había logrado hacer que sus padres y correligionarios lo confundiesen con el portador del Milagro. (El número de versículos monótonamente recitados era para su madre motivo de un siempre renovado asombro.) Pero la raíz de su orgullo personal no estribaba en el amplio conocimiento que podía ostentar de las Escrituras, sino en el cúmulo de oraciones y plegarias prohibidas, cuyo arduo aprendizaje sus padres ignoraban, y en el acervo de rencor y de contenida violencia que supo ocultar bajo la máscara de una mirada sumisa y de una sonrisa un tanto servil cuya bondad se hubiese juzgado aborrecible poner en duda. Y no era del todo errado pensar que algo se había sacudido en él ante aquella borrosa fotografía contemplada en una deteriorada página de periódico, cuyas palabras impresas no le transmitían ya mensaje alguno, pero en la que se aplicaba hechizado y absorto para inspeccionar una boca abierta, donde dientes como granos de mazorca se erigían y acentuaban un gesto de impotencia, y también unos fusiles que apuntaban al cuerpo de la mujer que poseía esa boca, y, además, un pequeño bulto sostenido por los brazos exangües, marchitos, de la mujer portadora de esa estúpida boca delirante…

Novedades en la mesa

Sepulcros de Vaqueros (Alfaguara) de Roberto Bolaño reúne tres relatos inéditos del autor chileno fallecido en 2003… y Llámame por tu nombre (Alfaguara) de André Aciman, la novela que inspiró la multipremiada película del mismo título.