El pasado día 11, Francisco visitó la sede en Roma de la Comunidad de San Egidio, con motivo del Cincuentenario de su fundación por parte del historiador y activista italiano Andrea Riccardi. Asociación pública de laicos y producto del Concilio Vaticano II, esta ONG de vocación católica ha permitido a la Iglesia estar presente, de manera informal, en crisis humanitarias y en regiones que viven coyunturas de tensión y guerra.

La Comunidad goza de prestigio mundial como instancia constructora de puentes y facilitadora del diálogo en situaciones de conflicto, como ha ocurrido, entre otras más, en Siria, Mozambique, Kosovo y Guatemala, este último país en los tiempos complicados que lo asolaron durante tres décadas. También es valorada por su labor en el combate y prevención del sida/VIH y por su eficaz cabildeo en contra de las minas antipersonales y a favor de una moratoria universal de la pena de muerte. A estas emblemáticas tareas, se agrega su iniciativa de crear y operar en diversos sitios del mundo la Escuela de la Paz, donde se ofrecen lecciones a menores de edad en condición de pobreza. En el capítulo estrictamente religioso, promueve el diálogo ecuménico y ha hecho suya la frase de su fundador, de que solo la paz es santa y nunca la guerra, por cierto acertada para descalificar a quienes invocan lo contrario para justificar actos terroristas.

La Comunidad de San Egidio se vincula de forma natural con Francisco, el antiguo obispo de barrio al que Riccardi define como experto en humanidad. Se trata de un lazo afortunado, que deja ver la utilidad que significa para la Iglesia católica esta organización, que ahí donde la diplomacia vaticana formal es incapaz, en principio, de tender hilos de distensión, propicia con eficacia fórmulas de avenimiento entre actores antagónicos, identifica vías para destrabar diálogos y pavimenta caminos para el acuerdo. Para ello, la diplomacia de penduleo de la Comunidad privilegia el uso de canales informales y de mecanismos para la construcción de confianza, a partir de iniciativas de mediación no convencional, pero igualmente útiles para solventar diferendos.

En su visita a la Comunidad, en el Trastevere de la Ciudad Eterna, Francisco reiteró que en la globalización los miedos se concentran en contra del extranjero, del que es diferente y del que es pobre. Como ha señalado Bergoglio en diversas oportunidades, estos temores avalan la urgente necesidad de combinar las narrativas de la civilización del amor, de Paulo VI, y de la globalización de la solidaridad, de Juan Pablo II. Con ello como referencia, la Comunidad de San Egidio procura diligentemente la atención de capítulos espinosos del acontecer internacional, mediante el despliegue de un singular talento político, que al romper formatos convencionales, crea de la mano de Roma las condiciones necesarias para el tejido gradual de los hilos más sensibles de todo proceso de negociación diplomática para la paz.

Internacionalista.