Rusia y Gran Bretaña están inmersos en una disputa diplomática que tensa sus relaciones y envenena el ambiente geopolítico. Ya se habla nuevamente de reactivar la guerra fría. Dos actores centrales, la primera ministra británica, Theresa May y el presidente ruso, Vladimir Putin, suben sus bonos propagandísticos, pero los resultados pueden ser catastróficos.

El enfrentamiento diplomático se desencadenó después de que el 4 de marzo pasado, se conoció que un ex agente ruso, Serguei Skripal, y su hija, Yulia, sufrieron una atentado en la ciudad de Salisbury, presuntamente con un “agente nervioso” llamado Novichok que se desarrolló en la antigua Unión Soviética en la décadas de los setentas y los ochenta.

La ministra británica, acusó directamente al “estado ruso” del ataque. May aseguró que no había una conclusión alternativa a pensar que el atentado “representa un uso ilegal de la fuerza por parte del Estado ruso contra el Reino Unido. Acto seguido su gobierno ordenó la expulsión de 23 diplomáticos rusos considerados “oficiales de inteligencia no declarados”. El gobierno ruso, rechazó las acusaciones, las consideró una provocación y demandó “pruebas”. Finalmente también ordenó la expulsión de 23 diplomáticos británicos en Moscú.

May recibió el apoyo de Francia, Alemania y Estados Unidos, quienes emitieron una declaración condenando el ataque y avalando el dicho de Gran Bretaña.

Llama la atención que el ataque se produjo en un contexto complicado. En Inglaterra se vive un proceso de discusión interno, sobre los pasos específicos que se tomarán respecto del Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

En Rusia, se llevaron a cabo elecciones presidenciales el domingo 18 de marzo, en medio del escándalo diplomático. Al cierre de este material, Vladimir Putin ganó la elección con más del 70 por ciento de los votos y con una participación electoral del 60 por ciento, es decir, recibió un apoyo contundente de la mayoría de los rusos y estará en el poder por seis años más.

En una de sus primeras declaraciones públicas tras su victoria, Putin afirmó que era una “tontería” pensar que el gobierno ruso habría envenenado al espía y a su hija, en la víspera de una elección presidencial y aseguró que su país ya “no tienen agentes (nerviosos) ya que los destruyeron bajo la supervisión de organizaciones internacionales, a diferencia de “algunos de nuestros socios”, que prometieron hacerlo, pero no cumplieron sus promesas.

En este contexto, el ambiente de tensión entre Rusia y Gran Bretaña, quita reflectores a ciertos procesos y los vuelve menos claros. May, que lucía muy cuestionada internamente, ahora, sin presentar pruebas contundentes y hacerlas públicas sobre el caso del espía ruso, recibe rápidamente el apoyo de Alemania, Francia y Estados Unidos.

Al mismo tiempo, los periódicos más conservadores del Reino Unido lanzaron una campaña propagandística, señalando como “espía”, al  líder opositor Jeremy Corbyn, el mejor posicionado para disputarle el poder a May.

El periodista británico Owen Jones, columnista del prestigioso diario The Guardian, recordó que el partido conservador británico ha recibido más de tres millones de euros desde 2010, de empresas vinculadas a Rusia, además de las “donaciones” que instituto político recibe de otros regímenes cuestionados por la situación de los derechos humanos, como Arabia Saudí.

Mientras son peras o son manzanas, un día después de las elecciones rusas, el jefe negociador de la Unión Europea para el Brexit, Michel Barnier, aseguró que Bruselas y Londres habían alcanzado un acuerdo de transición para el divorcio británico con la UE que culminaría el 31 de diciembre del 2020.

Ahora, este proceso negociador queda atravesado por el componente ruso que, al igual que otras ocasiones (por ejemplo las armas de destrucción masiva en Irak), no está muy claro, pero si envenena el escenario europeo y lo coloca en un carril de aumento de la visión armamentística. ¿Vuelve la guerra fría?