En la pos-Guerra Fría, los eventos que arriesgan la paz y seguridad globales no siempre siguen patrones determinados y ponen a prueba, de forma peligrosa, la tolerancia de las potencias a nuevas amenazas, como el terrorismo, el crimen internacional organizado y la posible utilización de la energía atómica con fines no pacíficos en países periféricos. A esta incertidumbre, se añade ahora el empeño de las superpotencias en mantener y ampliar zonas de influencia, mediante el apoyo a gobiernos aliados y narrativas hegemónicas que originan nuevas y siniestras tensiones.

En este complejo contexto, saltan a la vista conductas políticas que aspiran a la permanencia, pero que se disuelven con inusitada rapidez. Así ocurre, entre otras, con la presunción de que Estados Unidos claudica en el liderazgo que está llamado a desempeñar para mantener la estabilidad del arreglo liberal acordado en la Conferencia de San Francisco, en 1945. Aunque es cierto que hay bases para sostener tal presunción, no puede negarse que indican lo contrario el reciente ataque coordinado de ese país, Francia y Reino Unido a Siria por el uso de armas químicas; el anuncio del encuentro entre los líderes de las dos Coreas y el del presidente estadounidense con el mandatario norcoreano; y el aparente deseo de Washington de reincorporarse a las negociaciones del Acuerdo Transpacífico (TPP).

El ataque aliado a Siria, legítimo en sus razones pero polémico por la forma en que ocurrió, deja ver una singular combinación de criterios de política internacional unilateral y multilateral; el tema de Corea del Norte y su empecinado armamentismo, ahora atenuado con el inesperado anuncio de Pyongyang de suspensión de sus pruebas balísiticas y nucleares, trae a la memoria la “diplomacia del ping-pong”, que en los años setenta se tradujo en un nuevo acomodo entre Washington y Pekín. Por su parte, la eventual reincorporación de Estados Unidos al TPP acredita que las decisiones impulsivas al más alto nivel no siempre son útiles para alcanzar metas políticas de largo plazo.

Las piezas del tablero global se desplazan de forma caprichosa y las superpotencias, sin sacrificar vocaciones hegemónicas esenciales, evalúan terrenos y preparan plataformas para establecer un arreglo mundial distinto al imperante, siempre bajo el criterio del equilibrio del poder, pero en un marco multilateral ajustado y útil para estimular la cooperación y atenuar el conflicto.

Estos entuertos diplomáticos son tan riesgosos como paradójicos; sus volátiles características estimulan la orientación de las relaciones internacionales hacia una estabilidad necesaria, pero aún desconocida. En este proceso de búsqueda del orden por venir, los acontecimientos antes citados operan como un resorte, que se expande y se retrae en función de las oportunidades para la cooperación y riesgos para la paz que se van presentando; un resorte no exento de riesgos, que está ayudando a identificar los criterios normativos y operativos que definirán el entramado multilateral que reclama la humanidad del segundo milenio.

Internacionalista