Con alarma y un llamado a Estados para tomar medidas que les permitan enfrentar una crisis, el Fondo Monetario Internacional, en el marco de su reunión de primavera con el Banco Mundial, informó que la deuda mundial ha batido récords, pues suma nada menos que 164 billones (millones de millones) de dólares, lo que representa el 225 por ciento del producto interno bruto mundial, o sea que la deuda es más del doble de todo lo que produce el mundo en su conjunto durante un año.

En ese endeudamiento acelerado, que es el más alto desde la Segunda Guerra Mundial, participan mayormente los países más desarrollados, para los que su deuda se ubica en alrededor del 105 por ciento de su PIB, mientras para los subdesarrollados los créditos se ubican en el 50 por ciento de su PIB.

El Fondo señala, además, que China es el país que más ha contribuido al crecimiento de la deuda y, también, que la reciente reforma fiscal en Estados Unidos permite prever un impulso al endeudamiento, ya que significa que ese país aumentará su déficit en un billón (millón de millones) en los próximos tres años.

Para aquilatar los riesgos que implica el aumento exagerado de la deuda basta recordar la década perdida de América Latina, a partir de la crisis de la deuda que estalla precisamente en México en 1982 y luego se continúa en toda la región. O más recientemente, los problemas vividos por Irlanda, Grecia, Portugal o España, que tuvieron como eje el desmedido aumento de sus deudas.

Parecería increíble que después de esas desastrosas experiencias, los gobiernos de todo el mundo, incluido el mexicano, no hayan aprendido la lección y recurran nuevamente a un endeudamiento que acerca los peligros de una profunda recesión y de terremotos financieros de incalculables consecuencias.

Para entender por qué sucede tal fenómeno hay que mencionar que la crisis estructural que vive el capitalismo desde los años setenta del siglo XX hasta hoy tiene su causa en la caída de la tasa de ganancia, la cual se explica porque las utilidades que obtienen los empresarios tienen su origen en la plusvalía, esto es, en la apropiación por el capitalista del valor creado durante la producción. Pero es un hecho, estudiado por David Ricardo y luego desarrollado por Marx, que solo la fuerza de trabajo crea nuevo valor. Como a lo largo de los años el capital invertido en la producción va teniendo una mayor proporción dedicada a maquinaria y materias primas y en menor proporción a la fuerza de trabajo, que es la que crea nuevo valor, existe, objetivamente, una tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Naturalmente, los capitalistas, aunque no conozcan la expresión teórica de esa tendencia decreciente de la tasa de ganancia, sino simplemente en la búsqueda de aumentar sus ganancias, han creado, lo largo de los años, diversos mecanismos contrarrestantes de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Entre ellos, uno de los más importantes, empleado ampliamente durante el auge de los años cincuenta y sesenta, es la expansión del crédito, ya que permite crear una demanda actual, a cuenta de una creación futura de valor, o sea, aumenta el número de compradores para las mercancías y los servicios que venden los capitalistas. El crédito además permite a las empresas realizar inversiones anticipadas y de este modo generar ganancias, mientras a los gobiernos les sirve para operar con déficit y emplear el gasto para dinamizar la economía.

Esa expansión del crédito, sin embargo, dejó de actuar como mecanismo contrarrestante de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia en los años setenta y en los ochenta, porque llegó a una saturación, que condujo a la insolvencia tanto de individuos, como de empresas y gobiernos. Esa pérdida de eficacia fue uno de los factores determinantes de la crisis estructural del capitalismo. Frente a la crisis, los empresarios no han  encontrado hasta la fecha las estrategias que puedan reencauzar nuevamente el proceso de acumulación de capital y solo han atinado a intensificar los viejos mecanismos que le sirvieron en las etapas de auge. Así, han expandido el crédito a niveles sin precedente, han provocado lo que se conoce como financierización de la economía, es decir el crecimiento desproporcionado del sector financiero, han impulsado lo que llamo el mercado de los pobres (que desembocó en la gran crisis financiera iniciada en 2008 en Estados Unidos) y ahora nos acercan al peligro de un sobreendeudamiento y a la insolvencia del mundo en su conjunto.