Por supuesto que causa alarma el anuncio de Trump de enviar tropas a su frontera con México. No obstante, hay que tomar sus palabras con calma, porque lo peor sería responder o con el mismo tono agresivo o con la debilidad de ceder a sus exigencias con la fallida esperanza de que no cumpla sus amenazas. La verdad es que no sólo para México, sino para el mundo en su conjunto, la presidencia de Trump constituye un peligro real, en tanto significa la entronización del neofascismo en la nación con mayor poder militar en el mundo.

Si todos estos hechos y acciones constituyen un peligro, también hay que considerar los límites que impone la propia realidad. Si bien tanto en los años treinta del siglo XX como ahora, la crisis económica ha sido el telón de fondo o si se quiere la causa última del surgimiento y la reaparición del fascismo, también hay claras diferencias entre aquélla y la actual crisis económica. En primer lugar, por la duración, mientras la de los treintas duró una década, la que va de 1929, cuando estalla con el crack de la Bolsa de Nueva York, a 1939 en que desemboca en la Segunda Guerra Mundial, la actual, que se inicia en 1971, ya dura casi cincuenta años, sin que el proceso de acumulación de capital pueda recomponerse, y al contrario provocando reiteradas caídas cada vez más profundas y afectando a más países. Por otro lado, hoy existe una concentración del ingreso sin precedentes en la historia del capitalismo, como lo prueba el dato que dio a conocer Oxfam de que sólo 8 personas concentran lo mismo que recibe en conjunto la mitad de la humanidad.

Otra diferencia importante, en la que debía documentarse Trump, es que la estrategia de la globalización con la que el gran capital financiero ha buscado enfrentar la crisis económica, ha determinado dos cambios fundamentales. Por un lado, ha transnacionalizado los capitales de tal manera que hoy las medidas proteccionistas a la vieja usanza, (como elevar los aranceles al hierro y al aluminio), afectan a las propias empresas estadounidenses en este caso, que se ubican en territorios extranjeros (como las automotrices en México) y por lo tanto afectan la remisión de utilidades a los Estados Unidos, que es una de las fuentes importantes de ingreso para ese país.

Por otro lado, la globalización, que ha determinado la ubicación de los segmentos del proceso productivo intensivos en fuerza de trabajo en los países subdesarrollados, adonde las transnacionales buscan aprovechar los bajos salarios para aumentar sus utilidades, también ha determinado la notable multiplicación de las corrientes migratorias. La propia concentración del ingreso, la ofensiva contra las condiciones de vida de los trabajadores y en especial contra los de los países subdesarrollados, ha provocado que esos trabajadores emigren, en grandes masas, hacia Europa y hacia Estados Unidos y Canadá. En la mayoría de los casos no se trata de una elección personal o del espejismo del sueño americano, sino de un asunto de sobrevivencia. Por eso la militarización de las fronteras, los muros o las políticas agresivas pueden provocar más muertes, más crímenes de lesa humanidad, más dolor en los vía crucis, pero no detendrán las oleadas de migrantes. Y, como empresario que es, Donald Trump debe saber que también los patrones están interesados en que llegue a su país esa gran oferta de fuerza de trabajo barata.