Un atributo de la memoria es su inagotable capacidad

para deparar sorpresas. Otro, su imprevisibilidad.

SP

Aunque poblano de nacimiento como Elena Garro, a quien siempre asociamos más como tapatía, a Sergio Pitol (Puebla, 1933-Xalapa, 2018) lo vimos regularmente como veracruzano, quizá porque escogió Xalapa como lugar de residencia después de regresar de sus largas estancias diplomáticas en el extranjero y desde entonces se ligó de manera más permanente y estrecha a la Universidad Veracruzana. Un espléndido narrador y ensayista que se formó con rigor leyendo a los grandes clásicos sobre todo decimonónicos y contemporáneos (entre otros, Stevenson, Dickens, Conrad, Flaubert, Chéjov, Tolstoi, Proust, Woolf, Kafka, Faulkner y Borges), de igual modo fue un dotado e impecable traductor de varias lenguas que en sus funciones diplomáticas estudió a fondo y con rigor, porque él mismo reconocía tener facilidad para aprenderlas y además le apasionaba acceder a otros pueblos tras el conocimiento de ese signo vital de toda cultura que es su idioma.

1996

Un auténtico humanista de nuestro tiempo, la obra más o menos tardía pero rigurosa de Pitol pone al ser humano y sus afirmaciones y dudas en el centro del eje de atención, conforme le ocupaban y preocupaban tanto sus conquistas culturales como sus tribulaciones existenciales. Además de su firme vocación literaria en varios frentes (como creador, investigador, crítico y traductor), de la misma manera le apasionaban otras manifestaciones como las artes visuales y plásticas, la música, el teatro y la gastronomía que igual disfrutaba y conocía como un no menos sensible gourmet y sibarita. Un declarado defensor también de los derechos no solamente humanos sino de cualquiera otra forma de vida, porque la depredación ha sido la causante primordial del desequilibrio que hoy atenta contra la vida del propio ser humano víctima de sus excesos y ambiciones, este hábil y sensible polígrafo tuvo en la memoria y los recuerdos que son su expresión, en el tiempo numérico y sobre todo vivencial y subjetivo, el caldo de cultivo para construir una obra polifónica tanto en sus temas diversos como en sus variados recursos estilísticos.

1967

Lúdico y experimental

Desde su primer libro de cuentos Tiempo cercado de 1959, y que reafirmó en sus otros compendios del género antologados en Cuerpo presente de 1991, y en celebradas novelas suyas como El tañido de una flauta de 1972, El desfile del amor de 1985, Domar a la divina garza de 1989 y La vida conyugal de 1991 (llevada al cine con más que decoro por Luis Carlos Carrera, con formidables primeras partes de Socorro Bonilla y Alonso Echánove), la obra de ficción de Pitol ha transitado del registro sarcástico o grotesco a la fábula pletórica de ingenio e imaginación, sin obligadas paradas en la crónica rememorativa, la personal relectura o transfiguración de un admirado clásico y el discurso intelectual metaliterario. Hombre culto y sensible, y no pocas veces lúdico y experimental, sus narraciones son ricas en referencias explícitas o implícitas a otros autores e incluso previos textos suyos, en la medida en que su literatura se desdobla a manera de cinta de Moebius frente a la cual se confunden las caras o guías de continuidad o ensamblaje. Tampoco llegamos a extrañar incluso al creador de una prosa poética no exenta de juegos ingeniosos, en la medida en que la impronta de Borges hizo aquí benéfica mella incuestionable, como en otros autores de su misma generación.

1985

 

La fuga como elemento musical

Como en el propio Borges u otros autores centroeuropeos de su predilección, como los mismos Thomas Mann y Milan Kundera, o incluso Robert Musil, la mejor narrativa de Pitol lo emparienta con el melómano más que enterado, pues varios de sus textos se apuntalan en la fuga como elemento musical que desde Bach marcó una línea discursiva determinante en la historia euterpeana moderna y contemporánea; así se llama precisamente un muy bello y personal libro suyo de ensayo, narrativo-memorialístico, donde se podría decir está contenida su síntesis poética, El arte de la fuga. De ahí su convicción al traducir a escritores anglosajones para él dilectos como Austen, o Conrad, o James, o Graves, o Lowry, e incluso el gozosamente irreverente polaco Witold Gombrowicz que terminó haciendo parada definitiva en Argentina. Tras la veneración del artista como héroe, la mejor literatura de Pitol, incluida su no menos vigorosa ensayística y su ya referencial trabajo como traductor concienzudo e inquieto (inglés, italiano, polaco, húngaro, ruso y hasta chino), es una reafirmación de sí mismo tras la escritura como oficio de búsqueda del “Yo” que se disgrega en otros distintos y a la vez complementarios, de ahí la presencia de añejas dicotomías como agua-espejo, noche-sueño, muerte-inconsciente.

1989

Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y Premio Nacional de Ciencias y Artes 1993 (en el área de Lingüística y Literatura), Pitol obtuvo además otros importantes reconocimientos nacionales e internaciones como el “Alfonso Reyes”, el “Xavier Villaurrutia”, el “Juan Rulfo”, el Colima, el Mazatlán de Literatura y por supuesto el “Cervantes​” que vino a coronar un trabajo literario sólido y perseverante, serio y exento de escándalos, de la mano de un talentoso escritor y sabio intelectual que dio lustre a las letras mexicanas. ¡Descanse en paz!

1991