En el coloquio “Conversaciones de café sobre el oficio del libro”, Vicente Quirarte recordó cómo esa bebida ha acompañado a lectores, escritores y editores en el trabajo y en las tertulias. Repasó los emblemáticos cafés en los que se han reunido los escritores para hablar de su oficio o que han usado como lugar de trabajo, y mencionó al gran cafetómano de la historia de la literatura, Honoré de Balzac que, dice la leyenda, tomaba 50 tazas diarias de café y le dedicó a esta bebida un capítulo en su Tratado de los estimulantes modernos (EDAF, 1972), donde se decanta por el café frío, tan de moda hoy. Aquí algunas líneas del texto de Balzac (20 de mayo de 1799–18 de agosto de 1850):
…Su poder no es ni constante ni absoluto. El café —me dijo [Rossini]— es un asunto de quince o veinte días; el tiempo necesario para hacer una ópera…
Todos vosotros, ilustres velas de la humanidad que os consumís por el cerebro ¡acercaos y escuchad el evangelio de la vigilia y el quehacer intelectual!
El café molido a la turca es más sabroso que el café de molinillo […] dejar el agua hirviendo mucho tiempo en contacto con el café es una herejía […] el café conserva mejor sus facultades con el agua fría que con el agua caliente […] En fin, he descubierto un método horrible y cruel que sólo aconsejo a los hombres muy vigorosos, de cabellos negros y duros, de piel mezclada con ocre y bermellón, de manos cuadradas, de piernas en forma de balaustradas semejantes a las de la plaza Luis XV. Se trata del café molido, frío y anhídrido (palabra química que significa con poca agua o sin agua), tomado en ayunas. Este café cae en el estómago, que como sabéis es un saco revestido de terciopelo en el interior y tapizado de succionadores y papillas; al no encontrar nada, se une a este delicado y voluptuoso adorno, se convierte en una especie de alimento que exige jugos, los retuerce, los pide como una pitonisa llama a su dios, golpea esas hermosas paredes como un carretero fustiga jóvenes caballos; las ideas se aparecen como batallones del gran ejército en el campo de batalla, y la batalla se produce; los recuerdos llegan a paso de carga, con las enseñas desplegadas; la caballería ligera de las comparaciones se despliega en magnífico galope; la artillería de la lógica acude con su tren y sus cartuchos; los rasgos del espíritu se convierten en tiradores; las figuras se borran; el papel se cubre de tinta, pues la vigilia comienza y termina con torrentes de agua negra, como la batalla con polvo negro […] El estado a que os lleva el café en ayunas posee condiciones magistrales; produce una especie de vivacidad nerviosa que se parece a la de la cólera; el verbo se eleva, los gestos expresan una impaciencia enfermiza; se quiere que todo camine al paso de las ideas; se llega a este carácter variable de poeta, tan acusado por los tenderos; se presta a los demás la lucidez propia. Un hombre inteligente debe entonces cuidarse mucho de aparecer en público o permitir que los demás se le acerquen…
Novedades en la mesa
La novela La mujer del pelo rojo (Random House) de Orhan Pamuk, una intriga trágica ubicada en Estambul.