La conmemoración del Primero de Mayo, día del trabajo en la mayoría de los países, mostró a lo largo del mundo, amplios contingentes insurrectos, ciertamente pacíficos, pero hartos, enardecidos por las condiciones laborales y la caída de sus niveles de vida. No es para menos. Desde los ochentas, el gran capital financiero internacional, como estrategia frente a la crisis económica estructural que había estallado a principios de los setentas, emprendió dos grandes ofensivas, una contra los países subdesarrollados y otra contra los trabajadores, de sus propios países, y aún más virulenta contra los de los países subdesarrollados.

Esta guerra contra los trabajadores ha incluido tanto las llamadas reformas estructurales, como políticas específicas. Las reformas, impulsadas a través de los organismos internacionales como el Banco Mundial o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, implican cambios jurídicos para arrebatarles derechos conseguidos a través de décadas de lucha. Las políticas consisten fundamentalmente en los topes salariales, es decir que los aumentos al salario siempre se coloquen por abajo del aumento de los precios, y en los recortes presupuestales que afectan sobre todo al gasto social, o sea a los recursos dedicados a la salud, la educación, la vivienda y los subsidios al consumo.

Precisamente porque las reformas siguen un mismo esquema, puede observarse que las protestas enarbolaban iguales demandas en Grecia que en España, en Alemania y Francia, en Indonesia y Filipinas o en Argentina y México. Los trabajadores demandaron aumentos salariales y se manifestaron, contra el outsourcing (la contratación por terceros), los contratos temporales, el despojo en las pensiones, tanto por su privatización financiera como por el aumento de años de trabajo o la reducción de los montos.

Ciertamente esa ofensiva ha sido exitosa para los capitalistas en cierta medida, pues ha conseguido una gigantesca transferencia de riqueza a los empresarios, a través del despojo a los trabajadores y la precarización del empleo. No obstante, también hay que destacar que ni esa gran ofensiva ha podido resolver la crisis, y ahora los grandes capitales, en especial de los países altamente industrializados, empiezan a cuestionar la eficacia de las políticas neoliberales.

El caso de México ha sido extremo, dentro de esa ofensiva mundial contra los trabajadores, ya que nuestro país registra uno de los salarios más bajos del mundo, y al mismo tiempo las jornadas más largas entre los países pertenecientes a la OCDE. Aquí se ha aplicado una reforma laboral que atenta contra los dos derechos fundamentales, el de la sindicalización y el de huelga, ya que en ambos permite la intromisión gubernamental que favorece a los patrones y que ha determinado la indefensión de los trabajadores y la ausencia de huelgas en el país.

La reforma laboral también introdujo formas de contratación como el de prueba, con el que los patrones disfrutan del trabajo de los jóvenes, sin la remuneración correspondiente, ya que la nueva ley establece que la experiencia es una suerte de pago en especie. Igualmente la reforma legalizó los contratos por obra determinada y los temporales, así como el outsoursing, o sea la contratación por terceros que proveen de trabajadores a las empresas, con lo cual se rompe el vínculo –lo que quiere decir las obligaciones- del verdadero patrón con sus empleados. Por cierto que algunos analistas han señalado que la proliferación del outsoursing, que habitualmente se combina con contratos temporales que se renuevan cada mes y a veces cada semana, es la causa de que aparezca en las estadísticas un alto crecimiento del empleo, ya que cada renovación de los contratos temporales se contabiliza como un nuevo empleo.

De las pensiones ni hablar, pues la privatización de los fondos con las afores y el permiso para que se manejen en inversiones según las decisiones de las Siefores  ha significado que hoy constituyan una de las fuentes más importantes de financiamiento para los empresarios y el gobierno, y se han dado pérdidas millonarias y casos tan escandalosos como la inversión de las pensiones en empresas acusadas de corrupción como OHL, a punto de quiebra como la constructora ICA o en proyectos tan cuestionados como el nuevo aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.

Lo que se vio este Primero de Mayo aquí, como en el resto del mundo, fue la indignación, la desesperación y la ira de los trabajadores después de décadas de sufrir el despojo de sus derechos, la precarización del empleo y la pauperización de sus condiciones de vida.