Considerada una de las cien mejores novelas policiacas de todos los tiempos, Rebecca, de Daphne du Maurier (13 de mayo de 1907-19 abril de 1989) dio nombre al síndrome de celos patológicos hacia la pareja anterior. El libro sigue ganando lectores, quizá porque combina los géneros policiaco, de terror y sobrenatural. Su célebre autora, una de las inglesas más leídas, se atrevió a prescindir de los finales felices en sus novelas y cuentos. Aquí un fragmento del segundo capítulo:
Me parece que estoy viendo aquellos bollos calientes, hechos a la plancha, chorreando mantequilla. Y las diminutas tostadas, y los bizcochos de cebada, calentitos, harinosos. Emparedados de no sé qué cosas, de sabor misterioso y riquísimo; y no hay que olvidar el delicioso pan de especias ni el bizcocho llamado “de ángel”, que se deshacía en la boca, o aquel otro más sólido, más serio, cuajado de pasitas y limón. Lo bastante para dar de comer a una familia hambrienta durante una semana. Nunca llegué a saber qué hacían luego con todo aquello, y el derroche llegó a preocuparme algunas veces. Pero jamás me atreví a preguntar a la señora Danvers lo que hacía con aquellas cosas. Me hubiera mirado desdeñosamente, con su sonrisa helada, de superioridad, y me imagino oírla diciéndome: —Mientras vivió “la señora”, nunca hubo motivo de queja. ¿Qué será de la señora Danvers? ¿Y de Favell? Creo que fue la expresión de su cara la que me hizo experimentar mi primera sensación de intranquilidad. Me hizo pensar instintivamente: “Me está comparando con Rebeca”, y se interpuso entre nosotras una sombra fría como una espada de agudo filo…
Cuando me vienen a la memoria estas cosas, busco consuelo en la vista desde nuestro balcón. En esta luz dura no puede haber sombras; los viñedos pedregosos brillan al sol y las buganvillas están polvorientas. Puede que algún día llegue a cobrarle cariño a este sitio. Por ahora, si no me inspira afecto, por lo menos me da confianza. Y la confianza es algo que aprecio mucho, aunque me haya llegado algo tarde. Supongo que lo que, por fin, me ha hecho atrevida, es ver hasta qué punto él depende de mí. Por lo menos, ya me he librado de aquel apocamiento, de la timidez y cortedad ante un extraño. Hoy soy muy distinta a aquella persona que llegó por primera vez a Manderley en automóvil, llena de esperanzas y de interés, con la desventaja de una torpeza irremediable y llena de deseos de agradar. Claro, no era sino mi falta de aplomo lo que solía causar tan mala impresión a gente como la señora Danvers. ¿Cómo le parecería yo, después de haber conocido a Rebeca? Me veo tal y como yo era entonces, salvando con la memoria, como por un puente, el abismo de los años, con el pelo lacio, corto, una chiquilla de cara sin afeites, vestida con un traje sastre, que me sentaba muy mal, y un jersey que yo misma me había hecho, y siguiendo a la señora Van Hopper como un potro asustadizo y desgalichado.
Novedades en la mesa
Un puñado de historias que vuelven el tema de la sensualidad y las relaciones amorosas es la antología de cuento Para no volver (Tusquets) de Mónica Lavín.