Apenas arribé por tren a Praga, averigüé la dirección de la embajada mexicana. En esa ocasión quise visitar al embajador Sergio Pitol (1933-2018), aunque yo pensaba más en el escritor y novelista. En una casa de buena pinta, me recordó a algunas mansiones que había visto en la Colonia Roma o Avenida Reforma, me recibió solo un instante ya que debía atender otros asuntos. Pero me invitó a cenar a su casa para el día siguiente. Era el verano (agosto) de 1985.

No fui solo, me acompañó Soña, oriunda de la bella capital de Checoeslovaquia, ahora República Checa, al rumbo de Praha 6, en Na Zátorce 15 o 17 o 19. Recuerdo que nos abrió la puerta de la calle un mayordomo que me pareció británico, escocés. Recordé que cierta ocasión, en Madrid, en una vinatería, un mostrador de vinos, café cargado, etc., coincidí con un hombre joven alto, delgado y rubio. En un buen español me preguntó que si yo era sudaca (sudamericano), le dije que casi. ¿Por qué?, inquirió. Porque soy de México, es diferente. Pero ¿tú eres inglés?, dije. Casi, contestó sin chistar. ¿Por qué? Porque soy escocés, no es lo mismo.

Niño lector

Nos recibió Pitol bajo la atención del señor escocés. De esa noche, tomamos dos o tres fotografías con una camarita de turista. No encontré una donde aparecía yo con Pitol, que es la que me interesaba. Solo la que vemos junto con este texto, Pitol al centro, un cuadro digamos oficial detrás de él, con la imagen del presidente de México Miguel de la Madrid y a uno de sus costados una pintura de José Luis Cuevas o Pedro Coronel.

Conversamos acerca de su fama de gran viajero, había tenido varios cargos en diferentes embajadas, agregado cultural en Belgrado, consejero en Budapest, París y Moscú, entre otras, antes de tener la embajada en Praga. Hablamos hasta de las checas jóvenes. Muy independientes y muy guapas. Peligrosas, pensé.

Años después, en 1992, lo convencí —no era fácil— para que me concediera una entrevista para el suplemento de Siempre!, La Cultura en México —2025, 8 de abril de 1992—. Resultó larga e interesante por la facilidad de palabra y la envidiable experiencia del entrevistado. “Hacia los trece o catorce años de edad —me dijo— empecé a tener la tentación de ser un escritor. Fui un niño lector de tiempo completo”, mientras su hermano practicaba varios deportes, en el ingenio El Potrero, en Córdoba, Veracruz, donde vivían. Pronto leyó, además de cuentos infantiles, a Julio Verne, Robert L. Stevenson, Charles Dickens, Walter Scott. La lectura y el cine alimentaron su fantasía y, cómo no, el deseo de viajar.

“Supe que la vida tenía muchas variaciones, niveles, ventanas a otros sitios”, me dijo. “Oía los temas obsesivos de esa generación: la llegada a México (Pitol tenía ascendencia italiana), la creación de fincas, casas… después la Revolución… que los azotó violentamente. Los oía hablar de cosas muy novelescas, mujeres robadas, incendios, asaltos, huida de las mujeres, todas las italianas escondidas debajo de las cascadas”.

Entrevista para La Cultura en México; abril de 1992.

Pitol padeció paludismo y su único descanso eran los libros. Leía La guerra y la paz, de Tolstoi, ante el paisaje tropical de la zona. Vivía sin problema los mundos paralelos de las novelas y el de Córdoba. Con todas esas historias leídas y escuchadas de su infancia sintió el impulso de escribir. Pero no esas historias, dijo, sino otras más suyas.

Llegó a la ciudad de M­­­­­éxico en 1950 a los 16 años. Había leído la revista Contemporáneos y conocía la pintura de Laso, Izquierdo, Mérida y Tamayo. Estudió en la Facultad de Derecho, en San Ildelfonso, y en las tardes se iba con algunos de sus compañeros a oír a Rivera, Alfonso Reyes o Carlos Chávez en El Colegio Nacional. Le entusiasmó hablar de su maestro Manuel Pedroso, republicano sevillano (España) que les hablaba de la guerra civil; de Alemania, de Goethe y Rilke, de Balzac y Dostoievski. Carlos Fuentes estaba entre este privilegiado grupo. Dijo que Fuentes era deslumbrante. Admiraba que venía de estudiar en Europa, que había convivido con Alfonso Reyes en Brasil y había conocido a Octavio Paz en París.

Profundo talento literario

En mi lectura de su novela Domar a la divina garza adiviné, en 1992, una inquietud teatral, que Pitol confirmó al revelar que en su inicio intentó escribir teatro, pero de allí partieron sus cuentos y novelas. Domar a la divina garza (1988), junto con El desfile del amor (1984) y La vida conyugal (1991) formaban la trilogía “del carnaval”. De esta lectura nació la entrevista que le hice en su casa de Pacífico y Fernández Leal, frente al jardín Frida Kahlo, barrio de la Concepción, Coyoacán.

Pitol fue cosmopolita en el tipo de vida que eligió, por su trabajo en la diplomacia mexicana y como escritor, sin olvidar que hay que tener una base de cultura propia. Ser políglota le ayudó a su inclinación viajera, pero también a su intenso trabajo como traductor de literatura sobre todo eslava. Tradujo a Conrad, Chéjov, James, Austin y del polaco a Witold Gombrowicz y una rara novela, Cartas a la señora Z, de Kazimierz Brandys. De la cúspide de su carrera diplomática, como embajador en Praga, regresó a México en 1988.

Yo había conocido a Pitol cuando ganó el premio Rodolfo Goes (INBA, 1973) por su primera novela El tañido de una flauta (1972). Mi primera y más que juvenil, adolescente, novela, El sótano blanco (1972), había participado en este certamen. Asistí a la premiación. Pitol me pareció distante. Claro, nadie nos presentó. Años después, el poeta Guillermo Fernández me lo presentaría en la Casa de las Brujas, en la Colonia Roma.

En 1989 trabajaba yo en la Dirección de Literatura de la UNAM y organizamos un homenaje a José Emilio Pacheco en la Facultad de Filosofía y Letras. Pitol aceptó hablar acerca del festejado. Al final, bajó del estrado y se encaminó a la salida, sin despedirse. Tuve el atrevimiento de acercarme a él para darle las gracias y pedirle su texto. No me lo dio, se lo guardó en el bolsillo interior del saco, sin decir palabra, y siguió su camino. Me quedé estupefacto. Parecía molesto. ¿Qué le ocurría? Pero Pitol mereció el Premio Cervantes, el más importante de lengua española en 2005; y otros muy connotados. Sus libros fueron traducidos a varios idiomas. Sin duda es uno de nuestros escritores de talento y profundo conocimiento literario.