Para México, los tiempos que corren son de reto y oportunidad. A la coyuntura electoral y sus complejidades, se añaden las dificultades de un entorno internacional inédito, que alerta sobre la pertinencia de que el próximo gobierno de la república, independientemente de su filiación partidista, decante narrativas y afine los recursos de la política exterior, de tal suerte que el país siga impulsando procesos de complementación con otros actores mundiales y, así, mantenga su bien acreditada reputación internacional.

Entre los criterios que podrán considerarse, destaca la valoración del impacto que tendrán, para la política interna y el interés nacional, las acciones que se impulsen hacia el exterior, en especial como palancas de apoyo al desarrollo, en un entorno que reclama la participación corresponsable y activa de México en la globalización. En este sentido, convendrá dar continuidad a iniciativas que han probado ser útiles para fortalecer la confianza en México como actor serio y comprometido con el derecho internacional; como un país dispuesto a multiplicar acuerdos, fortalecer alianzas e impulsar mecanismos de diálogo bilateral y multilateral. Los espacios para ello han sido edificados por los sucesivos gobiernos de la república, con la certeza de que el mundo brinda ventanas de oportunidad que exigen a México desplegar un activismo diplomático constructivo y comprometido con la agenda global.

En el escenario mundial donde México debe moverse de forma soberana y pragmática, privan los gestos unilaterales y aislacionistas de hegemonías contestatarias, que lastiman los nudos del tejido liberal de la segunda posguerra. En este entorno inestable, donde las plataformas de la paz se han debilitado, el país está obligado a tomar decisiones de riesgo calculado, sin pasar por alto los cánones de una política exterior que defiende causas y no países, la cual es valorada por su congruencia histórica y apego a los principios constitucionales que la rigen.

En los foros de vocación universal y regional, en los lazos con naciones vecinas y de otros continentes, en los esfuerzos de diversificación de contactos, en los mecanismos subregionales, en la amplia red de tratados de libre comercio que se han suscrito y en las asociaciones con terceros países, es recomendable mantener el delicado equilibrio que existe entre la pautas tradicionales de la política exterior y la innovación de la narrativa y de las herramientas diplomáticas del país. Este ejercicio es particularmente importante ahora, cuando en el mundo ganan espacio el belicismo, las tragedias humanitarias y migratorias, el proteccionismo y la duda sobre la solvencia de los organismos multilaterales para cumplir con sus mandatos, en especial el de preservar la paz y la seguridad internacionales.

Así las cosas, mantener las pautas de la política exterior no riñe con un activismo internacional efectivo, que de manera pragmática calcule riesgos y oportunidades para México, en su preciada condición de potencia emergente.

Internacionalista