Así, con tal entender,
todos sentidos humano
conservados,
cercano de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.
Coplas a la muerte de su padre
Jorge Manrique
Conozco la obra de Armandino Pruneda Muñoz desde hace muchos años, desde que en su ya emblemático local de enmarcado en la ciudad de Chihuahua (Dalí, ¡no podría llamarse de otra manera!) nos sugería a mi mujer y a mí las mejores opciones para vestir nuestro no muy copioso pero sí entrañable acervo plástico. Siempre me sorprendieron su celeridad de pensamiento, su cultura abierta a otros mundos y latitudes, su particular sensibilidad para entender los agobios de un mundo en permanente crisis y enganchar su obra plástica con esos temas que por su peso específico resultan ineludibles. En este sentido, es tan chihuahuense como mexicano, y por ende, universal. Bien escribió el inmortal León Tolstói: “Pinta tu aldea y serás universal”.
Discurso elocuente y conmovedor
Un artista siempre inquieto y propositivo, incansable en su búsqueda de nuevas vías de expresión más acordes a su personalidad y su talento explosivos, tras la búsqueda de una poética regida por una prolija consistencia formal y el impulso sin freno de una imaginación ampulosa, hace honor a una herencia que en el oficio y la maestría de su padre (don Armando Pruneda Sainz, creador de un invaluable y ya emblemático legado de Quijotes) le transmitió el amor y el respeto por el espacio plástico como universo inagotable de hallazgos y de posibilidades estéticas. Bien dice la sabia popular que “lo que se mama, no se hurta”, y este es ejemplo fehaciente de una vocación transferida por franca vía genética, reforzada en este caso específico por una no menos singular facultad del maestro para aleccionar generosamente a su destinado alumno de sangre y transmitirle los conocimientos de un quehacer —un oficio, al fin de cuenta— tan celoso como exigente. “Infancia es destino”, nos enseñó Freud.
Creador cuyo discurso elocuente y conmovedor está regido por la búsqueda o más bien el encuentro de tropos o figuras retóricas conectados con la vida que palpita y se extingue, cual llama del pebetero sagrado que enciende nuestras entrañas a flor de piel, las obras que conforman muchas de las etapas y series de tan inquieto creador —elaboradas sobre todo en formatos grande y mediano, en los más de los casos— están inspiradas muchas de ellas en figuras de la mitología o la propia sabia popular, en el entendido de que en los registros del mito y de la leyenda te atesora la sabiduría del ser humano en su transcurso ya prolijo y regularmente angustiado por el transcurso de la historia.
Así me viene a la mente, por ejemplo, su alusiva y referencial colección en torno a la figura y el espíritu del Ave Félix que desde sus orígenes mitológicos condensa la inquebrantable voluntad humana por resurgir de sus cenizas y emprender nuevos y más fructuosos vuelos, por volverse a levantar después de cada caída que le propicia el destino implacable. Ya decía el propio padre del psicoanálisis que difícilmente podremos encontrar una fuente mejor de la cual beber que la mitología, inagotable caudal de sapiencias, dudas, sentires y tribulaciones que el artista sólo recupera y redimensiona a partir de su talento y su creatividad, de sus personales contingencias existenciales.
Acicate del dolor
El artista mismo es un ser alado que se reconstruye y revitaliza día con día, que bebe y se alimenta en principio de sus propios miedos y angustias, que emerge, cual Ave Fénix, de sus restos transidos por una sensibilidad y una conciencia —e inconsciencia— rebosantes, en cuanto ser que escarba de sus neurosis producto de lo que le molesta e indigna. En varias ocasiones me he referido a la naturaleza a la vez destructiva y creadora de quien en su condición de artista, de dios creador de mundos mejores al nuestro, construye un universo alterno de utopías sin las cuales la vida sería simple y sencillamente insoportable.
Después de una prolongada parálisis creativa con motivo de la profunda crisis emocional ocasionada por el deceso de quien fuera su progenitor y maestro, su cómplice y su guía, su mejor amigo, Armandino Pruneda Muñoz se rehizo a partir del mismo acicate del dolor, y estas variaciones del pájaro que irrumpe de sus rescoldosm —producto de una ensoñación en vilo— constituyeron la vuelta del artista por sus fueros. Saber, técnica, oficio, imaginación, colorido y sentimiento, como constantes en poética creativa del mismo artista, son las coordenadas sobre las cuales se levanta esta producción diversa hermanada por un personaje mitológico que el artista plástico aquí hace suyo y le permite manifestar —es decir, traducir en corpus estético para revelación de sus espectadores— un estado de gracia creativa que bien nos permite constatar que el arte mismo y su hacedor representan una especie de Ave Fénix que recurrentemente emerge de sus cenizas.



