¿Quién fue Mayta? Mario Vargas Llosa se convirtió en un investigador-narrador de la historia de un trotskista de alrededor de 1958, antes de la Revolución Cubana, que expulsado por su partido (de siete miembros) por atreverse a aspirar a la acción, unificando a los comunistas estalinistas y trotskistas, es abandonado por sus correligionarios, después de acusarlo de traición y de “maricón”. En efecto, Mayta intenta convencer a uno de los estalinistas para que se unan en la lucha armada contra la “clase explotadora” y su gobierno. Rechazado de todas partes, decide quedarse con quien le infundió la esperanza de la victoria, un joven alférez, Vallejos, veinte años menor que él, ingenuo políticamente y, por lo tanto, convencido de que se pueden cambiar las cosas de un solo manotazo. A la fuerza. Como decía Jean-Paul Sartre: a los esclavos hay que imponerles la libertad. ¿No les suena familiar en estas elecciones de México…?

Vuelvo a Mayta

Hace treintaitrés años leí, en seis días, Historia de Mayta de Mario Vargas Llosa. Me pareció un gran libro en varios aspectos. Uno, el político, el revolucionario del tercer mundo; dos, la tragedia de un personaje que tiene todo en contra, desde su condición de “marica”, así le decían y el autor respeta el lenguaje vivo, hasta su perfil político, el de León Trotski, mal visto por los partidos comunistas del mundo por perorar sobre la “revolución permanente”, y, tres, su notable técnica narrativa.

Ahora vuelvo a Historia de Mayta (1984), y me encuentro con la misma excitante y ágil novela de antaño, pero con más claridad de conceptos (de mi parte) para disfrutarla. Es necesario dejarse llevar por la narración que no es lineal, aunque en momentos parezca confusa porque está hecha a base de entrevistas, de monólogos de personajes varios que conocieron a Mayta o que hablan de la situación del Perú ficticio destruido por la guerra, veinticinco años después de la gran aventura “pequeño-burguesa”, así le llamaron tanto los “troscos” como los estalinistas, que fue levantarse en armas en Jauja, una población pequeña y pobre, pero clave para dar inicio a la revolución socialista y luego escapar a la selva. Recuérdese que en 1958 todavía no empezaba la Revolución Cubana. Las dificultades desaparecen cuando vemos la narración en su conjunto con toda su viveza.

Pero, ¿quién era el guerrillero Mayta? Iba a ser un buen sacerdote. Dejó una religión y luego tomó otra: la revolución comunista. Cuando lo expulsaron “las izquierdas” (trotskistas, estalinistas, moscovitas, maoístas) se integró a la rebelión de Jauja. Luego su partido negaría esa asamblea y consulta de Mayta. Éste renunció por correo. En realidad, fue expulsado por “traidor” y por “invertido”. “No eres un hombre”, le dijo el camarada Joaquín. Porque en las izquierdas se acostumbra descalificar moralmente al crítico, al que piensa diferente y hasta al que se adelanta en las acciones y, por eso, se hace sospechoso. Pero Mayta le dice a la madre de su hijo: “Quiero ser lo que soy”, “revolucionario y maricón”. Esto es, agregó, una “sociedad llena de ideas estúpidas. Por eso hace falta una revolución”.

¿Pero de qué tipo de revolución hablaba? Se refiere a una revolución moral, de costumbres, conductas, quiere transformar a la humanidad. Sin embargo, una revolución económica, de esas que hablan de ricos y pobres, no va a resolver el problema de la moral hipócrita, de las costumbres represoras, y la revolución moral no va a resolver el problema económico. Mayta es un moralista, un religioso, no un revolucionario.

Historia de un trotskista reprimido por la izquierda.

Mayta… ¿y el Cerro de las Campanas?

Él aceptó que en la URSS, la nación del “proletariado internacional”, lo hubieran metido al manicomio o mandado a Siberia, en China comunista lo hubieran fusilado, lo que prueba lo imposible de la revolución que buscaba Mayta. “No solo quieres hacer una revolución para los pobres sino también para los maricones”, dijo acertadamente Adelaida, la madre de su hijo. Un giro melodramático vino cuando su hijo se enteró de quién era su verdadero padre y que el que había creído que lo era lo decepcionó por tener una amante y otra familia, y ¡se fue de guerrillero!

Vargas Llosa, que en fechas recientes fue agredido, “linchado”, en las “redes sociales” por haber calificado de populista a un candidato mexicano­ (El Verdadero Innombrable), que ha dicho (religiosamente) “primero los pobres”, “amor y paz” y con el ejemplo quiere cambiar a los corruptos, demostró en Historia de Mayta que sabe —y mucho— sobre el tema de las guerrillas de izquierda que surgieron en los sesenta-setenta en Latinoamérica.

Vargas Llosa sabía de lo que hablaba cuando dibujó a un militante extremista trotskista, que se la pasa discutiendo sobre la revolución de los pobres, pero no dice cómo resolver el problema, hasta que decide entregarse a la acción y es rechazado, acusado de traidor, no por la policía ni por el ejército, sino por sus propios compañeros de partido. Lo que muestra dos aficiones perenes en las izquierdas (y de toda organización extremista), la de la purificación ideológica y la de la venganza en contra de los que toma como sus enemigos, dos aficiones que llevan al autoritarismo y a la dictadura. Al creerse dueños de la “pureza” revolucionaria, optan por las ejecuciones sumarias y la imposición. Lo hicieron en Cuba al triunfo del castrismo, para no ir más lejos. Lo quieren hacer en México, ¿o no han dicho que a los traidores de la patria (la patria son ellos) les espera el cerro de las campanas (dejan mal parado a Juárez)? Están anunciando el fusilamiento, la venganza, por el miedo a la impureza religiosa-política y, por supuesto, a perder el poder. No creen en la democracia, les estorba. Ergo, quieren la dictadura.

¿Para qué sirven las revoluciones?, pregunta que parece surgir con la lectura de Historia de Mayta: ¿para cobrar venganza, para que una clase social derribe a la otra y se ponga en su lugar y vuelva a darse el mismo hecho, unos avasallando a los otros? Por fortuna, México no está en estas circunstancias exactamente. Aunque podría caer en ellas, si no se equivocan los que creen que ya aseguraron el triunfo en las urnas.

 En Historia de Mayta encontramos la respuesta a estas interrogantes. Lo cual sería irrelevante en “La sombra en el muro”, si no fuera una excelente novela realista, histórica, política-ficción, moralista, de la revolución socialista, que es lo trascendental.