Cuando Trump  dice “hacer grande nuevamente a Estados Unidos”, no solo está repitiendo su slogan de campaña, que le permitió (por medio del sistema democrático más anacrónico del mundo) llegar a la Presidencia de su país, ni únicamente expresando un planteamiento ultranacionalista, sino, sobre todo, anunciando la voluntad de que Estados Unidos mantenga su hegemonía en el mundo. Esa hegemonía, que se consolidó al término de la Segunda Guerra Mundial, y se mantuvo incólume durante las décadas de los años cincuenta y sesenta, empezó a resquebrajarse con el advenimiento de la crisis a principios de los setenta.

La hegemonía estadounidense estuvo sostenida sobre tres ejes fundamentales, el económico, al generar el mayor producto interno bruto del mundo; el político, al ejercer el mayor poder en los organismos internacionales, desde la ONU, hasta el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OCDE, y la OTAN; y el militar, con el mayor potencial bélico, tanto en armamento convencional y atómico, como en número de efectivos y bases militares alrededor del planeta.

Desde inicios de los años setenta, sin embargo, empezó a perder terreno en el ámbito económico, pues aunque sigue siendo la mayor economía del mundo, su participación en el mercado mundial se fue reduciendo, la Unión Europea constituye todo un desafío, y Japón, ahora con un menor crecimiento, durante los noventa avanzó notablemente en el mercado mundial, y en los últimos años, la emergencia de China ya superó o está a punto de superar, según distintos métodos de medición, el producto interno de Estados Unidos. En el terreno político, también ha perdido margen de maniobra, pues a pesar de la derrota de la Unión Soviética en la Guerra Fría, distintos países en diferentes momentos se han negado a obedecer los lineamientos dictados por Estados Unidos. En realidad, es fundamentalmente el eje militar el que le ha servido para intentar apuntalar los otros dos.

Ahora, la política de Trump pretende, aunque sea en medio de una gran ignorancia sobre las condiciones mundiales, sobre el comportamiento de la economía y sobre los alcances de la crisis económica, recuperar la hegemonía económica, y ha iniciado una guerra comercial que, si recurrimos a la historia, puede conducir a una guerra armada, como sucedió en la Primera y la Segunda Guerra Mundial

Por supuesto, la guerra comercial la inició Trump al imponer aranceles, es decir, impuestos a las importaciones de un 25 al acero y de un 10 por ciento al aluminio. Tal acción provocó la respuesta de los países afectados, entre ellos los pertenecientes al Grupo de los Siete. Y finalmente condujo a la foto sorprendente que recorrió el mundo, donde la canciller de Alemania, rodeada y secundada por los otros países más industrializados del planeta, reclama a Trump las medidas unilaterales y agresivas. No es extraño que el resultado de la reunión se considere un fracaso, en especial después de que Trump mandó retirar su firma del acuerdo del G-7, y de que sus funcionarios insultaran al primer ministro de Canadá, por haber anunciado que aplicará aranceles a algunos productos provenientes de Estados Unidos.