Novelista y periodista, Luis Spota (13 de julio de 1925-20 de enero de 1985) es el best-seller mexicano del siglo XX. En su momento, sus más de treinta novelas le ganaron cientos de miles de lectores. Tras años de ausencia vuelven esos libros a las mesas de novedades, hay cerca de veinte títulos que ofrece la editorial Planeta. Transcribo las primeras líneas de Casi el paraíso.
—¿Me llamabas? —preguntó Ugo Conti.
—Hace veinte minutos —repuso Liz sin volverse—. ¿Dónde diablos te escondiste?
Dejó caer él la ceniza del cigarro sobre la alfombra. Ella continuaba de espaldas, tratando de abrir el delantero del inverosímil corsé de ballenas.
—¿Por qué habría de esconderme?
—Eso digo yo. De unos días a la fecha —resopló Liz Avrell, con su inglés rudo y vulgar—. De unos días a la fecha…
—¿Qué pasa conmigo de unos días a la fecha?
—Te has vuelto insoportable, como si yo no te importara en lo absoluto…

Tuvo cientos de miles de lectores.
Fue entonces cuando se volvió. Gruesos chorros de sudor resbalaban por su frente y detrás de las orejas y se encauzaban en el trazo profundo de las arrugas del cuello. Se veía lamentable, semidesnuda, dentro de esa complicada armadura de raso y varillas, que la ahogaba. Bajo el corsé asomaban los grandes calzones de jersey azul que hacían a Ugo pensar, siempre que los veía, en los restos de un globo desinflado. Liz era conservadora en sus prendas íntimas. Jamás había aceptado usar fajas más modernas, ni lencería de seda o de nylon. “Nada mejor ni más higiénico que el punto”, decía siempre. Se volvió y miró a Ugo, con un feroz destello oblicuo.
—¡Cierra esa puerta…! —gritó—. ¡Ciérrala!
Suavemente, Ugo empujó la sólida hoja de caoba con herrajes de bruñido latón. Se cruzó de brazos.
—Eres un perfecto descuidado —Liz avanzó hacia él, moviendo la cabeza—. ¡Cualquiera de los marineros pudo pasar… y verme!
—¡Bah! —hizo él, flojamente.
—¡Ah! ¿No te importa que me vean así, desnuda? ¡Te tiene sin cuidado! ¿Verdad?
—Liz, ¡por Dios! —Ugo la tomó por los brazos—. ¡No empecemos!
Liz hizo un áspero ademán, un aleteo con sus brazos carnosos y fofos, y se apartó. Ugo Conti buscó un cenicero para aplastar la colilla y se dejó caer en uno de los amplios sillones de piel de cerdo. “¿Cómo es posible que yo pueda acostarme con esta mujer?”, se preguntó. Liz Avrell era casi una anciana. Confesaba cuarenta años; pero ni ella misma lo creía. “Una mujer de mi edad —solía decir— está en la plenitud; es joven”. Pero distaba mucho de serlo. “¿Cómo es posible que tenga que acariciarla; que me esfuerce por hacerle el amor?”.
Novedades en la mesa
Es un buen momento para las biografías y memorias. En las mesas de novedades, dos joyas: Marguerite Yourcenar. Qué aburrido hubiera sido ser feliz (Paidós) de Michele Goslar, una oportuna biografía de la poeta, novelista, dramaturga y traductora francesa, y la Autobiografía de Sigmund Freud, reeditada por Alianza Editorial.