La globalización, signo de la política internacional actual, conoce situaciones inéditas que polarizan la opinión pública. Hoy crecen las especulaciones sobre la suerte que podrán tener el ordenamiento liberal de la segunda posguerra y las políticas públicas adoptadas en distintos países desde la década de los noventa del siglo pasado, como resultado del denominado “Consenso de Washington”.

Un rápido vistazo a diferentes regiones del planeta indica que este tipo de políticas ha favorecido la concentración de la riqueza y acentuado la brecha entre ricos y pobres. De igual manera, alerta sobre la importancia de que la comunidad mundial continúe realizando esfuerzos a favor de la reglamentación de los fenómenos perversos de la globalización. Es crucial atenuar rezagos y carencias, revertir el deterioro del medio ambiente así como atender la polarización social y con ello contener los éxodos masivos de diferentes naciones. Igualmente, urgen nuevos arreglos para detener la carrera armamentista, el terrorismo y las actividades de la delincuencia internacional organizada.

Hasta ahora, la respuesta a estos fenómenos ha sido variopinta y errática. En abono a un presunto relajamiento de los valores liberales y de los mandatos de las instituciones multilaterales creadas después de la Segunda Guerra Mundial, parecen estar ganando terreno el unilateralismo; los aislacionismos, nacionalismos y separatismos; así como la intolerancia, el neoproteccionismo económico, el concepto cerrado de soberanía y el cuestionamiento a los esquemas de libre comercio.

No obstante estas tendencias coyunturales, la presunción del declive de los valores liberales tiene poco sustento. El mundo de hoy, rehén de la interdependencia, de manera paradójica propicia que amplios sectores identifiquen, en esos mismos valores liberales, la plataforma para hacer que la globalización derrame sus beneficios entre todos los pueblos del orbe y así se garantice la paz del porvenir.

Parece entonces oportuno que viejas y nuevas generaciones, al igual que países ricos y pobres, tiendan puentes que les permitan dialogar sobre sus anhelos y la mejor forma de alcanzarlos. El reto es complejo. Se requiere de un entorno constructivo que facilite acuerdos, estimule la cooperación e identifique vías para el ajuste y recuperación de las innegables virtudes del orden liberal internacional existente.

Los reclamos en favor de la justicia no son menores y tampoco pueden ser ignorados. En un peligroso entorno de renacimiento de capacidades militares y competencias hegemónicas, donde ganan espacios los discursos del absoluto y pierden valor aquellos que prefieren los matices, es oportuno que las naciones hagan a un lado la agenda del conflicto y recuperen la siempre postergada del desarrollo. Solo así, en el marco del derecho internacional y con una visión diplomática pragmática y de largo plazo, la paz global dejará de estar en vilo. De lo contrario, en el mundo seguirá avanzando la sombra amenazante del Armagedón.

Internacionalista