Por Javier Ibarra / Fotos: Irving Cabello

 

TERCERA TREGUA

Colocado en una silla, en la parte de las carpas, un señor de Neza vendía playeras con el estampado del Momo, bajo el inolvidable recuerdo: “3er Aniversario Luctuoso”. Y, a punto de comenzar la primera tregua, las apuestas entre los aficionados se daban desde los 50 pesos en adelante.

Los tantos se veneraban con chiflidos (“FIU-FIU”). De igual forma se criticaron con rabia y sentido del humor las decisiones del árbitro. La venta de cerveza incrementó conforme el clima cada vez era más caluroso; los presentes acompañaban sus caguamas con dulces de amaranto del Chacal, una leyenda del frontón mexicano que vende su mercancía en todas las jugadas que se organizan en la CDMX y sus alrededores. Por momentos, entre cada uno de los sets, algunos optaron por darse las tres en la parte trasera del terreno, sin que hubiera algún problema.

Quienes conocieron al Momo, al primer campeón juvenil del mundo con tan sólo 20 años de edad, mientras esperaban a que se reanudaran las treguas, mencionaron que revolucionó uno de los deportes –para muchos un estilo de vida– con mayor arraigo en los barrios populares del país. El Chacal comentó que antes de que el jugador estrella apareciera, México figuraba más allá de la posición número 20 del ranking mundial. Actualmente, el frontón azteca está dentro del top ten.

En ese momento, Alex me presentó con uno de los personajes más carismáticos dentro y fuera de las jugadas: El Cholo, un señor de 56 años originario de Santa Marta Acatitla quien, al ya no poder jugar como en sus buenos tiempos, se dedica a vender guantes industriales. “Desde mis 16 años formo parte del ambiente pelotari”, dijo este hombre canoso, con dientes de plata y que lleva con orgullo su apodo por haber sido ilegal en los Estados Unidos. “Tanto me gusta que he tomado cursos para hacer pelotas. Se me enchina la piel al saber cualquier cosa relacionada al frontón”.

El mismo Cholo, en cuanto me sorprendía con la energía de los pelotaris dando catedra de cómo se juega el frontón en México, tuvo el detalle de presentarme al profesor Marco Jurado (hermano mayor de Unga), que siempre estuvo cerca de los logros que obtuvo Fernando. Actualmente, el profesor organiza torneos y ha tenido la oportunidad de viajar a competencias internacionales. Recordó que el Momo –cuando tenía 20 años– se fue a probar con un equipo profesional a España, después de que Pedro Santamaría (oro olímpico en Barcelona 92) lo viera ganar el Campeonato Mundial Juvenil 2000, en Reunión, Francia, apabullando en la final a un galo 22-1, y recomendándolo con la Federación Española. “En realidad los equipos más importantes buscaron al Momo. Aspe le ofrecía un automóvil y un departamento, pero prefirió irse con Asegarce, donde estuvo viviendo en un alberge comunitario, en Pamplona”, explicó.

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En el norte de España, meca de cualquier pelotari, el Momo se convirtió rápidamente en uno de los mejores jugadores, un logro nunca visto para un frontonista que surgió de la apuesta pactada en cualquier cancha de México. “Los medios de comunicación buscaban entrevistarlo”, mencionó quien siempre estuvo dándole recomendaciones para que hablara con el seleccionador español, José María Alberti, y desapareciera el estigma de que los mejores jugadores sólo son españoles. “Todos querían saber del mexicano que le ganaba a los locales”, recalcó el profesor. No obstante, el Momo, siendo una persona tímida, nunca le agradó que los reflectores estuvieran apuntándole.

“No me gusta estar en España, es muy cansado manejar dos horas de mi casa a la cancha durante todo el torneo”, el Momo llegó a decirle en varias ocasiones al profesor, quien también dijo que Fernando jamás se acostumbró a convivir con los españoles. “Pienso que se sentía solo, lejos de su hogar; nunca encajó con el estilo de vida de allá”, dijo con tristeza.

A todo eso, los entrenadores vascos jamás dejaron de decirle al Momo que le faltaba cuerpo, que hiciera trabajo de gimnasio y se concentrara más, aun cuando Fernando –un chico de 1.94 de estatura, quien todo el tiempo había sido de complexión delgada, sin la necesidad de tener enormes músculos– durante todo su bagaje en el frontón mexicano había sido el rey; incluso jugando con pantalones de mezclilla y sin cubrirse las manos con cintas o guantes industriales; o peloteándole a dos personas al mismo tiempo que, algunos creen, fue algo que siguió haciendo en el viejo continente a escondidas.

Sin embargo, después de que operaron al Momo de su mano derecha –con ambas era una bestia que nunca se daba por vencido– no volvió a ser el mismo jugador y persona que todos conocían. Fue algo que lo afectó mucho. Pero de todas formas, ante cualquier obstáculo, también intentó vivir junto a su mujer lejos de casa, donde tampoco ella se adaptó. Entonces a Fernando se le acumularon más problemas en su cabeza.

Algo que contó con mucho coraje el profesor en medio de una de las treguas, fue la anécdota donde la máxima estrella de la pelota vasca, el español Julián Retegui, no quiso tomar en cuenta al Momo, dijo con desprecio: “El azteca a mí no me sirve”, sin tener en cuenta que Fernando había mejorado su técnica, pasó cinco años sin ir de vacaciones a su país, y hasta estuvo posicionado entre los mejores diez de la liga.

“Fernando no era un jugador disciplinado”, explicó el profesor. “Esto, en España, con sus entrenadores y compañeros le trajo problemas, ya que no dejaban de decirle cosas, echarle la culpa o jugarle bromas que le dolían”. Parece que ahí comenzó su depresión. El máximo pelotari mexicano deseaba regresar al sur de la Ciudad de México.

CUARTA TREGUA

La mañana del 7 de mayo 2015, el Momo se dio un disparo en la cabeza dentro de su hogar, en donde llegó a decir que se sentía relajado cultivando maíz y verdura. Tenía 35 años y apenas, en 2013, acababa de hacer más historia, vengándose de los españoles tras conseguir el título de la Copa del Mundo celebrada en Le Haillan, Francia, en la modalidad de mano individual.

Quien había nacido el 11 de diciembre 1979, en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, jaló el gatillo de un arma de fuego y ya nunca regresó a la meca del frontón, a ser considerado como “profesional”. Tampoco jugaría otra vez treguas, en algún lugar del país, donde todos lo admiraban porque hacía ver el juego fácil, en cualquier tipo de terreno.

El Momo tenía más de una década de haber regresado de su travesía por el viejo continente con dos títulos (2003 y 2005), sorprendiendo a los aficionados de la pelota vasca en el mundo, poniendo el nombre de México en alto. De 2001 a 2006 permaneció callado, misterioso, “intentando adaptarse” a otro ambiente en el que la práctica del frontón no tenía espacio para la satisfacción que otorga una pelota de tenis rebotando en cualquier pared, con la única idea de divertirse como niño y llevarse algunos billetes de vuelta a casa.

La noticia de su deceso se propagó por los medios de comunicación del país y el extranjero. “Se suicida el pelotari mexicano Fernando ‘Momo’ Medina”, titulaba el periódico vasco La Rioja, recalcando que aquel jueves al amanecer, el campeón nacional de 2007 a 2014 había llegado con vida al Hospital General de San Juan Ixtayopan, donde lo declararon muerto aproximadamente a las diez de la mañana.

Sus demás logros, como las medallas de plata que ganó en el Campeonato 2010 de forma individual y en pareja junto a Jorge “Cocol” Alcántara; el oro panamericano en 2011 de Guadalajara, Jalisco; la presea de mérito deportivo que obtuvo en 2013, junto a otra plata más en Zinacatepec, Estado de México, durante la celebración de la Copa del Mundo Pelota Vasca 2014, sólo contaron con el final más trágico que pudo existir para alguien que parecía ser invencible, y que decían sus amigos más cercanos, a veces se pasaba de tranquilo y no tenía ningún otro vicio más que hacer deporte.

En el Frontón Momo se respiraba eso y más. Las expresiones faciales del Cholo describiendo a los pequeños que veían de pies a cabeza a Fernando, como si no fuera algo real, calaban más que el frío que se sentía pasadas las cinco de la tarde. Dentro del ambiente de la pelota vasca a la mexicana todos querían conocer a su campeón, a aquel pelotari que durante una entrevista de los Juegos Panamericanos 2011, dijo: “Jugando me emociono, me suelto más, me enciendo. Me dan ganas de romper la pelota”.

Nadie conocía las historias con tintes de tropiezos, temores y demonios que fueron derrotando –en silencio– a quien hoy se le considera el mejor de todos los tiempos; y que nunca se cansó de dar autógrafos, sacarse fotos o jugar con quien fuera; haya sido detrás de un mercado, en alguna cancha histórica o en cualquier sitio que se adaptaba para la jugada.

La gente de su pueblo lo tiene presente. Algunos de sus amigos que estaban en el Frontón Momo como el señor Chava, el profesor Marco Jurado o su rival Unga, dicen que su familia al primer año de su deceso, organizó una jugada en la cancha de San Juan Ixtayopan para recordarlo. Mientras que sus fans y otros jugadores que compitieron con él y lo vieron dejar cuerpo y alma en las treguas o encuentros profesionales, el 7 de mayo lo declararon como el Día del Pelotari.

Muchos de sus allegados que estaban en San Mateo Mozoquilpan sonreían al decir la palabra rana, así les decía a todos, sin perder su semblante serio. Y quienes jugaron en el Frontón Momo, aseguran que jamás existirá alguien como Fernando, porque saben que este deporte sacude a cualquier persona que viene de abajo, porque en los barrios populares es donde tiene su verdadero origen la pelota vasca a la mexicana, con los pelotaris denominados como “vagos”.

Es verdad que quienes juegan treguas lo toman más como un estilo de vida que una profesión. Eso lo sabía muy bien el Momo, siempre rebelde y con alma de infante; él de cualquier forma terminaba ganando dinero y disfrutando con su gente.

Presenciar la jugada en San Mateo Mozoquilpa fue emocionante. Se entiende porque la comunidad pelotari ha evitado que el gobierno derrumbe canchas históricas –algunas con más de ochenta años– como la de Las Águilas en Tepito, la del Deportivo Los Galeana de Aragón; junto a otras más por Xochimilco, Tulyehualco o Cabeza de Juárez. Pero si hubiera más apoyo por parte de la CONADE, seguramente quienes practican el frontón todos los días, podrían lograr cosas más inimaginables, dejando en claro que la historia del Momo, dentro de la desventura, es inspiradora para todos ellos.

El rebote de la pelota contra el frontis jamás dejó de mezclarse con el tallón de los tenis al suelo. Al árbitro nunca dejaron de reclamarle mientras el Cholo, con unas copas encima, se encargaba de enardecer al público con sus actos de segundo juez.

Cuando todo terminó y David el Stitch se quedó con la victoria de la tregua estelar, el público presente optó por sacarse fotos con sus ídolos o les daban parte del dinero que habían ganado. David, el nuevo talismán del frontón mexicano, el campeón actual del mundo, para quienes nunca vimos jugar a Fernando, verlo rodeado de chicos y grandes hace pensar que ocurría algo similar –seguramente mayor– cada vez que el Momo acudía a alguna jugada.

Y cuando lo tuve de frente y quise saber algo que la nueva estrella vivió con el Momo, se limitó a decir, como si supiera todo lo que había estado hablando con otros pelotaris y gente involucrada en este deporte: “Aquí el frontón tal vez nunca se profesionalice. Aquí la pelota vasca realmente es del pueblo”.

Creo que el Stitch no pudo ser más sincero. Después, siguió siendo el ídolo del momento; mientras que el Momo, donde quiera que esté, seguramente sigue pegándole a la pelota de tenis, haciendo un uno, una tabla, siendo el mejor pelotari mexicano que muchos conocieron en la vida real y sí llegaron a admirar con sus propios ojos.