Días antes de su deceso, le hablé por teléfono a la China y me dijo que si no me apresuraba la iba a encontrar muerta. Pero cuando volví a llamarla se sentía mal, o me decían que dormía. Así que tuve que conformarme con haberla oído en aquella ocasión. Por fortuna, tengo muchos más recuerdos de la China. Así le puso su padre, a quien admiraba y quería mucho. En su sepelio, tenía un lugar preferencial una fotografía de gran tamaño donde aparece la China de niña colgada de la espalda de su padre, que, por cierto, se me hizo que guardaba un cierto parecido con José Vasconcelos. La recuerdo en El Día, en El Gallo Ilustrado. Años después, me invitó a su programa de televisión Un día, un escritor para la televisora del Ajusco. Generosa, se quejaba de que no lo fueran con ella; también le preocupaba la falta de dinero, pero creo que no le iba tan mal.
No le dieron el Premio Xavier Villaurrutia. Tuvo la beca del Centro Mexicano de Escritores y la del Sistema Nacional de Creadores de las Artes, pero esta última se la negaron cuando volvió a pedirla. Otros la han tenido de por vida. Buscó el Premio Nacional de Artes y Ciencias: lo consiguió hace poco. A veces se burlaba un poco de los colegas que recibían todos los premios habidos y por haber. Una o dos veces me quedé con la idea de que había quienes la hacían a un lado, deduje que se trataba de la censura de personas desde “las izquierdas”, por su paso por el PRI. Sin embargo, fue amiga de Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Héctor Azar (su “hermano”, decía), José Carlos Becerra (fue a recibirlo al aeropuerto cuando llegó de Europa dentro de un ataúd) y René Avilés Fabila, además de historiadores, políticos, pintores. Era popular, hasta la reconocían en la calle.
Me hizo el favor de presentar mi novela La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán: muy importante porque se refiere a asuntos de microhistoria de su querido Guanajuato. En algún momento opinó que sus paisanos eran muy sentidos. Manejaba el humor.
La China me contó cómo estuvo la historia de su amigo Gabo con Vargas Llosa. Dijo que después de aquello llevó a García Márquez a su casa de la colonia Santa María la Rivera y le puso un bistec en la cara para que le bajara la inflamación en el rostro. García Márquez se recostó en el sillón; el perro de la China pasó por allí, y le robó el bistec de una dentellada.
Me vienen a la mente varios de sus libros. El perro de la escribana, una historia nada convencional. No va de acuerdo con la recomendación que me hizo del escritor de bestsellers, Arturo Pérez Reverte. Es una trama de variaciones sobre el mismo tema; “…y escucho los recuerdos de lo que voy a ser de grande”. La China escribía como hablaba y a veces fabricaba palabras o frases quizás por el sonido. En el primer capítulo, “Primera residencia”, no utiliza puntos y seguidos ni puntos y aparte ni siquiera puntos y coma. Terminó de escribirlo en 1981, todavía con la influencia de la literatura experimental de los años sesenta-setenta. Escritura barroca, se podría pensar. Pero no es exacto. “En la camioneta, a darle un vistazo a la andancia, a escribir el tiempo”. Me recuerda a La feria, de Juan José Arreola. Aunque la China escribió: “Lo que ya se fue y espero en la tarde viendo llover las aguas hoy, reales en mi vieja vejez de muchacha que recuerda la mañana tras la lluvia, cuando entran los futuros donde están él, tú y un perro”.
Fuimos es mucha gente, novela que escribió entre su casa de Santa María la Rivera y su casa de San Miguel Chapultepec (1995-1997). Cuando la leí me recordó de algún modo a Cien años de soledad. Pero hace honor a sus lecturas clásicas. “Ya no será dador de placer, ya no tengo a mi rey para que me introduzca en su despensa como en el Cantar de los cantares… Dice el Cantar ‘son hermosas tus mejillas como aljófar’”. Va de una anécdota, personaje o situación, a otros, conectados por el hilo (como de un collar) de la infancia, la juventud, la tierra (Guanajuato). Además, recurre al erotismo y a la sexualidad. “Me levanté o alguien desconocido lo hizo y me acerqué a sus rodillas, abrí las piernas y me senté en las suyas como si iniciáramos un rapto de las Sabinas…; me tomó la cintura acercándola, los riñones como diría D. H. Lawrence, y su todo al mío besándonos quedos en la agonía”.
“Aparte de los cinco periódicos que leo —contestó la China a una pregunta dada— mi lectura diaria es el diccionario. Mi autor principal, al que he leído tres veces completo y lo releeré es Marcel Proust y no me cansaré de En busca del tiempo perdido”.
En De ausencia, de nuevo resalta su lenguaje. Rescata vocablos del pasado y de lo cotidiano: “a fuer”. Quizá vemos en esta novela el mundo denso en claroscuros y chillantes de las mujeres. Es un mundo de lo femenino, del reconocimiento de la sexualidad de la mujer y sus misterios. Luego, Con Él, conmigo, con nosotros tres, su primera novela (1971), donde toca el trágico acontecimiento del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, donde ella vivía entonces.
De amor y lujo (2002), que fue premiada con el Nacional de Novela “José Rubén Romero”, de prosa rica, ágil, original, donde una vez más desarrolla y fortalece el español de México, en particular de El Bajío. Aquí toca la vida en la corte zarista y la revolución rusa. La abuela narra a su nieta. Entresaco una curiosa línea: “Julián lo volvía tan invisible como un escritor sin éxito”. Parecía que no respiraba cuando escribía, hilaba frases, oraciones, pensamientos.
Seguramente murió hablando, hilando frases, evocando su Guanajuato.