Se llevaron a cabo elecciones en Suecia y nuevamente ganaron los socialdemócratas, a pesar del crecimiento de la ultraderecha. El tema de la inmigración dominó el escenario político y mediático. De hecho, sigue siendo el componente esencial de la ultraderecha europea. En Suecia intenta ser la bisagra entre el poder, pero hasta ahora no lo ha logrado.

El nueve de septiembre pasado se llevaron a cabo elecciones generales en Suecia, país considerado ejemplo mundial en el ejercicio de la democracia. Los índices de seguridad, salud, educación, empleo, respeto a los derechos humanos, a las minorías etcétera, así lo avalan.

Sin embargo, durante la última década, la famosa “tercera vía” impulsada en Suecia y en los otros países escandinavos, ha ido menguando o adaptándose a las exigencias del “mercado” cada vez más global. No obstante, la sociedad sueca ha sabido equilibrar las diferencias y por ello el famoso “Estado de bienestar” (garantía de salud, educación, igualdad ante la ley, etcétera) le ha dado a Suecia un potente nivel de desarrollo en el sistema capitalista.

Es en síntesis una monarquía parlamentaria, donde los componentes tradicionales de la lucha de clases (capital y trabajo) lograron ponerse de acuerdo para funcionar, más o menos “solidariamente”, durante muchos años. Ahora el modelo es cuestionado desde todos los frentes (izquierda y derecha), pero el que más daño le está haciendo es el accionar de la extrema derecha, hasta hace unos años, contenida, reducida y marginada.

En 2010, los Demócratas Suecos (SD), expresión política del nacionalismo más radical hizo su irrupción en el parlamento. Desde entonces, al igual que otras fuerzas similares en Europa, se han apoderado del discurso antiinmigración y han aprovechado los efectos del modelo económico neoliberal, para azuzar a los sectores menos favorecidos en el reparto de la riqueza. Han buscado cambiar su imagen, escondiendo su raíz xenófoba, expulsando a algunos de sus miembros más radicales, cambiando sus símbolos (ahora utilizan una flor con los los colores de la bandera de Suecia) y enarbolan las ideas principales del nacionalismo, sobre todo aquellas que tienen que ver con la reestricción de derechos y servicios para los inmigrantes.

En estas últimas elecciones obtuvieron el 17, 6 % de los votos, y lograron 63 escaños en el parlamento. Aún están muy lejos de poder formar gobierno, pero sí se convierten en un elemento desestabilizador en el escenario político tradicional. De hecho, si la derecha sueca decidiera pactar con ellos, podrían doblegar a sus opositores socialdemócratas. Tanto socialdemócratas y sus aliados (izquierda y verdes) tienen 144 escaños, mientras que los moderados y sus aliados (demócratas cristianos, liberales y de centro) 143, prácticamente empatados.

El escenario es complejo y abarca posibilidades insólitas, como, por ejemplo, un gobierno de coalición entre los dos bloques principales (izquierda y derecha) u otro, una alianza entre derecha y ultraderecha. No son las únicas opciones, pero si algo ha quedado claro en las últimas elecciones, no sólo en Suecia, también en otras partes, es que el bipartidismo se acabó. Las coaliciones políticas ahora dominan.