En 1958 apareció publicado el primer relato de Sergio Galindo (Veracruz, 2 de septiembre de 1926–3 de enero de 1993). Breve y magistral, Polvos de arroz da cuanta del amor ridículo, como diría Kundera, de una anciana y joven al que conoce por medio de una revista del corazón. Aquí las primeras líneas tomadas de la edición de la UNAM (colección Relato Licenciado Vidriera, 2004).

Va a ser raro dormir en la cama de un muchacho, pensó Camerina Rabasa.

Julia ordenó cambiar las sábanas y poner una de las colchas de Perla, pero eso no alteró la atmósfera; la colcha rosada con sus flores lilas no era más que un parche fuera de lugar. Camerina la quitó de un tirón y apareció un sarape café con franjas blancas. Así debe ser el cuarto de Juan Antonio, se dijo. Observó las paredes y se quedó de pie, en el centro de la habitación, con los ojos clavados en una bandera de la Universidad de Georgetown… Esos nombres gringos, tan raros, tan largos… Suspiró y pensó que en ese mismo momento Juan Antonio suspiraba por ella. Iba a volver a suspirar, pero le salió un quejido porque los zapatos le apretaban. Tenía los pies hinchados, los bordes del ante se le enterraban como navajas. Reflexionó que de haber hecho caso a la recomendación de Facunda, de ponerse pantuflas para el viaje, no tendría los pies tan hinchados. Pero Facunda le había hecho la recomendación en forma terminante, como una orden. Y no tenía por qué hacerle caso yo; no es más que una criada… Se sobó el empeine. Es la mala circulación —se explicó ella—, después de seis horas en el coche no podía esperar otra cosa. ¡Pero estoy aquí!… Tembló. Qué emoción más singular. Algo semejante a una amenaza, pero no hacia uno; es uno quien amenaza. Era ella, Camerina, quien de pronto, en ese instante y a pesar de su triste condición de cansancio y dolor, podía amenazar. Un impulso. El retoño de una sensación… Como las plantas allá en la casa, en mayo, esos verdes que lastiman; algo como eso…

Y (se rió) qué sorpresa para Julia si pudiera saber; si llegara a adivinar por qué había hecho el viaje… Se hizo invitar del modo más cándido, sin que nadie pudiera cobijar ninguna sospecha. Fue en el comedor de su hogar, en Jalapa. Su sobrina Julia, con su esposo y sus dos hijos habían ido a pasar con ella el fin de semana. Acabada la cena hablaron de los cines y los teatros y Camerina aprovechó la oportunidad: “Aquí nunca salgo. ¿Por qué no me invitan a ir con ustedes?” Volvió a sobarse el empeine y la planta de los pies. Sonrió. Ellos se habían sorprendido; una agradable sorpresa. “¡Pero claro, claro tía! Si tú quieres…”, dijo Julia y escudriñó los rostros de sus hijos y de su marido. El arquitecto aprobó. “Sí, Camerina, si usted quiere.” Inmediatamente la voz clara y fresca de Perla: “¿Qué tiempo hace que no vas a México, tía? Deben de ser siglos, porque yo no me acuerdo.” Camerina respondió con una risa. La misma risa que ahora volvía a sentir por haberlos engañado.

Novedades en la mesa

El tercer tomo de los Cuentos completos del brasileño Rubem Fonseca (Tusquets), historias tomadas de las experiencias del autor como comisario policial, narrativa negra sin final feliz.