Hay agitación en el Vaticano, y esta vez las repercusiones son mayores. El Papa, que en más de una ocasión ha sorprendido a la comunidad internacional por sus posturas de avanzada en temas polémicos, que la Iglesia se ha negado a abordar, corre el riesgo de ser víctima de su progresismo. Su viaje apostólico a Irlanda, efectuado el 25 y 26 del pasado mes de agosto para participar en el Encuentro Mundial de la Familia, se convirtió en un mare magnum de reclamos por los miles de casos de pederastia registrados en ese país y en otros lugares del mundo.

La tormenta, iniciada décadas atrás con denuncias de abusos sexuales de religiosos en contra de menores y de adultos vulnerables, ha llegado a un punto de inflexión, luego de que, recientemente, el fiscal general de Pensilvania hiciera públicos los resultados de una investigación que acreditó que, entre 1963 y 2015, más de mil menores fueron víctimas de este tipo de tropelías por parte de más de 300 religiosos, algunos de ellos solapados por el Vaticano.

Estos datos sacudieron a la opinión pública y propiciaron que Roma apartara de su ministerio al arzobispo emérito de Washington, Theodor McCarrick, y que el presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, Daniel DiNardo, declarara que la Iglesia católica sufre una catástrofe moral, que refleja el fracaso del liderazgo episcopal.

Por si fuera poco, el exnuncio en Washington, monseñor Carlo María Vigano, solicitó la renuncia de Jorge Bergoglio, con el argumento de que no hizo nada, no obstante conocer desde junio de 2013 las acusaciones en contra del malogrado McCarrick.

Ante los señalamientos formulados en este polémico informe, el Vaticano se limitó a expresar “vergüenza y dolor” y calificó los hechos de criminales. La oficina de prensa de la Santa Sede también reiteró que el papa está del lado de las víctimas y que la Iglesia subraya la obligación de denunciar estos casos ante las autoridades civiles pertinentes.

Así las cosas, Francisco fue recibido en Dublín por el primer ministro Leo Varadkar, quien con singular dureza le exigió que las palabras vayan seguidas de acciones y que se escuche a las víctimas y sobrevivientes, para que obtengan “justicia, verdad y curación”. Aunque el Papa ha expresado su oprobio por tan deleznables acontecimientos, la gente insiste en que vaya más allá de los tradicionales lamentos y los atienda de raíz, ya que de lo contrario se minará la credibilidad de su pontificado y la Iglesia católica seguirá perdiendo fieles.

Francisco ha combatido la corrupción en el interior de la Iglesia y buscado que recupere su condición de pobreza; se ha convertido en vocero de los derechos de los migrantes y en promotor de la eliminación de la pena de muerte; también ha dado claras señales de apertura en capítulos como la situación de la comunidad LGBT, la condición de los divorciados, el acceso de la mujer al sacerdocio y el diálogo interreligioso, entre otros más.

No obstante, la pedofilia y los abusos sexuales cometidos por clérigos son una bomba de tiempo, que amenaza con explotar en las manos del actual obispo de Roma, cuyo progresismo eclesiástico parece insuficiente para contener el muy justificado revuelo que han causado. Urge una respuesta contundente de la Iglesia.

Internacionalista