En el aniversario 76 del nacimiento del escritor y periodista Marco Aurelio Carballo (Tapachula, 20 de septiembre de 1942–CDMX, 1 de agosto de 2015) y a cincuenta años del 2 de octubre de 1968, transcribo las primeras líneas de su cuento “La tarde anaranjada”, que enfoca uno de los ángulos de ese fatídico día. El cuento se publicó por primera vez en 1976, en la editorial El Mendrugo.

Afeitarse sin tener tiempo para el baño molesta a Marcelino Zavala. Se siente mal y peor si se cambia de calzoncillos y de camiseta sin bañarse. Así ocurre desde hace cinco días. Desde que están concentrados en el cuartel. Son días de espera, de salir a toda marcha y de regresar con cinco o diez aporreados en su haber y un descalabrado, o cuando menos tras haber dejado a algún muchacho con las rodillas clavadas en el piso.

A Marcelino Zavala le disgusta la inactividad, pero golpear a muchachos es tarea aún más despreciable. Parece que a algunos les atrae el oficio. Hay compañeros que regresan al cuartel y comentan, entre carcajadas, cómo los muchachos —niños algunos— corren de un lado a otro o se arrojan ante la primera puerta abierta, encontrada no a su paso, encontrada a su carrera.

El Tractor pareciera ser el más sanguinario. El Tractor debe de medir casi dos metros de estatura y su saña es reconocida en todos los batallones. Rostro puesto frente al Tractor, cabeza que se opone al garrote, lomo ofrecido a su crueldad, rostro, cabeza y lomo deshechos, rotos y hendidos, castigados y molidos con furia. Marcelino Zavala ha rescatado rostros, cabezas y lomos de su crueldad. Pero no es el único, otros compañeros han hecho lo mismo alguna vez.

El Tractor ladra, escupe y funde con la mirada patibularia y con su estampa pendenciera, que trae consigo desde el nacimiento, a sus propios colegas incluso. Al fin cede, sí, pero deja a la víctima goteando sangre o buscando aire, jalando aire con la boca, nariz y ojos. El Tractor permite por instinto la intervención de sus subalternos, que no por inteligencia. El muerto podría ser él si éstos se sublevan.

Pero se burla de sus compañeros.

—Blandos —ladra con los dientes apretados—. Hay que borrar del mapa a esos mocosos, arrancarlos de raíz.

El Tractor alienta a sus huestes y les infunde valor y la necesaria dosis de ímpetu criminal para abatir cuerpos, tremolar cabezas o neutralizar brazos a golpes de garrote. El Tractor es orgullo y ejemplo del grupo.

Marcelino Zavala escapa a las arengas. Se escabulle con el menor pretexto y ante cualquier descuido. Cuantas veces puede, el garrote de Marcelino Zavala permanece inactivo, sin golpear siquiera el aire, y si siente la necesidad de justificar, cuando la sospecha aparece en la mirada de sus colegas, busca hombros, brazos o piernas, y los tunde. Nada más…

 

Novedades en la mesa

La original mirada narrativa de la francesa nacida en Japón, Amélie Nothomb, es un banquete para sus lectores en su nueva novela, Riquete el del Copete, editada por Anagrama.