A la memoria de mi querida prima Carmiña Muriel García

Como la célebre novelista Marguerite Duras que con no menor fortuna accedió al séptimo arte, la de igual modo narradora francesa Amanda Sthers tuvo su primer contacto con el cine como guionista de otros realizadores con los cuales ha encontrado coincidencias temáticas y formales. Apenas su segunda película como realizadora, la atípica comedia de enredos Madame (Francia, 2017) tiene la peculiaridad de estar hablada en inglés, seguramente porque los involucrados consideraron que esta licencia le permitiría acceder con mayor facilidad a un mucho más amplio y dominante mercado.

Madame teje fino con respecto a cómo la mentira suele tener las más de las veces repercusiones lastimosas e inesperadas incluso para quienes la propician, como en muchos otros conocidos ejemplos del género donde aparece como germen y motivo de ruptura. Lectora y observadora inteligente de situaciones extremas, de personajes en estado límite, como igual se percibe en su no menos persuasivo trabajo como oficiosa dramaturga, la guionista y directora lleva hasta sus últimas consecuencias los aquí desgastantes efectos de un engaño en apariencia innecesario y por lo mismo absurdo. En este sentido, la pretensión, los prejuicios y hasta la ignorante superstición parecen detonar en uno de los personajes protagónicos la necesidad de urdir un enjambre de apariencias y simulaciones que transgreden la dignidad de quien además hace víctima de la segregación en un mundo plagado de toda clase de contrastes e inequidades, de absurdos estereotipos.

Esta divertida comedia de equivocaciones es encarnada por una pareja estadounidense snob y decadente y una ilusa mucama española, en el centro de una cena de no menos presuntuosos e hipócritas comensales cuya única moral tiene que ver con el qué dirán. Y en este contexto de mentiras y apariencias, la verificación de la autenticidad de un cuadro de Caravaggio sirve de figura ilustrativa para corroborar en lo que se ha convertido el arte en un mundo mercantilista y usufructuario, para el que la “belleza” tiene un valor relativo y supeditado a la ley dominante de la oferta y la demanda, de lo que en el terreno de las artes plásticas ha dado en llamarse “marchantismo”. Los que han tenido, quieren seguirlo poseyendo a como dé lugar, y quienes no, en este mundo de intrascendentes veleidades, alcanzarlo, aunque de por medio haya que venderle el alma al Diablo.

Si bien en un terreno más epidérmico que del gran genio turuelino, resulta inevitable recordar la última etapa francesa del Buñuel de El discreto encanto de la burguesía o Ese oscuro objeto del deseo, sobre todo porque desde la escritura de Madame hay un profundo interés por calar hondo en los contrastes y diferencias de clase que desde siempre han tensado las relaciones sociales, haciendo hincapié en que estas distancias sólo son ficciones del ser humano y todos somos igualmente frágiles de cara al deterioro y la muerte. Quien en su condición es obligada a prestarse al engaño, y quien en el fondo también quisiera ascender en la escala social al menos en esta fingida representación, termina convirtiéndose, paradójicamente, en la convidada incómoda, en la usurpadora, aunque sólo haya sido instrumento de quienes la sedujeron a tamaño entuerto y terminaron recriminándole su osadía.

Protagonizada por los ya celebrados primeros actores anglosajones Toni Collette y Harvey Keitel, y la no menos estupenda española Rossy de Palma que se internacionalizó de la mano de Pedro Almodóvar (indispensable en una buena parte de su tan personal filmografía, ¿cómo olvidarla de igual modo por su participación en esa no menos ácida crítica al mundo de la moda que es Prêt-à-Porter, del inolvidable Robert Altman), habrá que subrayar aquí de igual modo el talento de Amanda Sthers para sacar lo mejor de tres extraordinarios intérpretes de este nivel y lograr con ellos un auténtico terceto de dotados solistas. Con una personalidad y un rostro especiales, la palmesana vuelve a destacarse en un género que domina con particular talento, con lo que buena parte de la trama y del ritmo recae en ella.

Sin ser tampoco la gran película, esta segunda cinta de la parisina Amanda Sthers, Madame, es una comedia con hondo sentido crítico, correctamente puesta en todos sus detalles técnicos y artísticos, que se deja ver y disfrutar por sus divertidas e ingeniosas situaciones, y sobre todo por un trío de primerísimos actores que ya han dado muestras de su dominio histriónico. La nómina la complementan Tom Hugues, Violaine Gillibert, Michael Smiley, Tim Fellingham y Joséphine de La Baume, todos ellos en papel y sin desentonar, dentro un reparto internacional que pareciera insistir en otra posible vía de realización.

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